El rincón de la escritora


Dama escribiendo

Mujer escribiendo


Primavera 2009


Hemos recibido dos textos de prosa poética de Ester Torrella con los que inauguramos una sección en la que se publicarán trabajos actuales que toman como accesis al conocimiento la Vía Simbólica.


La memoria de un instante


… y de pronto me doy cuenta
de que el escenario donde transcurría mi vida ya no existe.
Ha sido en un simple abrir y cerrar de ojos
que se ha esfumado sin dejar rastro.
En un instante,
todo ha cambiado.


... y de pronto me doy cuenta
de que floto en medio de la nada,
no hay caminos, ni señales, ni puntos de referencia,
no hay nada a mi alrededor
que me sitúe más cerca o más lejos de ninguna otra nada,
no sé donde estoy,
no sé donde voy.


… y, sin embargo, no me importa lo más mínimo,
no me siento perdida
ni padezco ningún tipo de angustia o de impaciencia,
por el contrario, descanso,
me encuentro a gusto en este estado en el que no espero nada,
tan solo contemplo,
observo y siento,
y lo hago en paz y desde la paz.


… y de pronto me doy cuenta
de que ya no estoy,
de que este nivel de conciencia
que me habitaba un instante antes,
se ha desplazado,
y que mi corazón encarna ahora una serena alegría
que culmina en un profundo sentimiento de gratitud
hacia todo y nada a la vez.


No hay miedo del que huir,
ni tensiones que soportar,
todo está bien como está.
No hay ambición,
ni deseo alguno en este desierto luminoso.
No hay hambre ni sed,
ni frío ni calor.


No hay nada a nacer ni nada a morir.
No hay direcciones ni objetivos
en este nuevo paisaje al que acabo de despertar.
Todos los caminos imaginables han sido ya caminados.
Sólo permanece el Ser,
indivisible, omnipresente,
inmutable y eterno.


… y de pronto me doy cuenta
de que soy una espectadora privilegiada
del continuo fluir de la Luz desde mi propia conciencia.


La Luz, siempre imperturbable y,
a la vez, siempre cambiante,
imposible de ser fijada o poseída,
intangible en su eterno movimiento caleidoscópico
que gira y gira sin principio ni fin,
iluminando y dando identidad a los distintos estados del alma
que conforman y adornan el cielo interior.


La Luz, una y única,
principio creador del que todo parte y a donde todo retorna,
y que al atravesar ciertos niveles de conciencia
se difracta en una multiplicidad de colores
que dan forma al arco iris.


… y cada color representa y encarna un determinado estado del alma
que a la vez despierta y revela al Ser único,
indivisible,
como un espejo hecho pedazos,
en el que cada uno de sus múltiples fragmentos
refleja y contiene a la vez
la imagen completa de un único observador.


… y de pronto me doy cuenta
de que el principio de un color,
enlaza con el final de otro,
simultánea y alternativamente,
generando un movimiento continuo,
coherente y armónico
que determina ritmos y ciclos dirigidos por la inefable Sabiduría
y cohesionados por la energía del amor.


… y así es como el paisaje interior se va transformando,
de la misma manera que la naturaleza exterior
va cambiando de aspecto y función
gracias a la renovada energía
que trae consigo cada nueva estación,
mostrando así las múltiples manifestaciones
de una única identidad,
la Vida que encarna y revela a la vez la memoria del Ser.


… y de pronto me doy cuenta
de que la serena alegría que habita mi corazón
es la que siente el hijo pródigo cuando vuelve a la casa del padre.



Fe y obra


Camino sin saber a donde voy
y posiblemente sin una dirección.
O quizás sí que sigo unas vías ya trazadas
que conducen hacia un objetivo invisible
aunque no por ello desconocido.
Pero no percibo el aire que me frena
o que me impulsa en este viaje incierto,
ni el transcurrir de las estaciones,
ni las piedras del camino bajo mis pies descalzos.


Una firme y apretada venda mantiene mis ojos bien cerrados
mientras el corazón,
inflamado por el deseo de Conocimiento,
se revela como el auténtico recipiendario de la Verdadera Luz
que ilumina el camino de vuelta al origen.
Luz que en ocasiones me deslumbra y me detiene,
o quizás no.
Quizás es que sólo me recuerda que nada queda por hacer,
que todo está bien como está.


La mirada externa contempla mi diario trajín con desconcierto.
A menudo lo percibo vacío de significado,
incomprensible,
desafiando el control que la razón pretende para sí.
Observa un caos,
una diversidad de hechos diseminados,
sin ningún hilo conductor que los unifique.
Y sin embargo, la certeza de permanecer,
confiada, en este estado incierto,
supera ampliamente la tensión
que tan hábilmente procuran el miedo y la duda cotidianos.


La fe es el más valioso de los dones.
Invoco la fe a cada paso del camino,
porque ella me da la fuerza para poder atravesar
la oscuridad de estas percepciones
y la ignorancia que las alimenta,
y porque me recuerda que la luz del sol brilla, inmutable,
a pesar de todas las imperfecciones y debilidades.
Ella me da la mano y me levanta
cada vez que caigo en el desánimo y la duda.


Confío, tengo fe,
en que todo en la vida es un signo portador de un significado simbólico.
Cada gesto, cada palabra, cada intención,
encarna la Sabiduría del Principio creador.
Nada es, pues, en vano.
La fe es el hilo conductor
que da sentido y coherencia a la aparente diversidad,
la que permite encarnar
los distintos niveles de conciencia que habitan el ser,
la que cataliza, al fin,
los procesos alquímicos que tienen lugar en el athanor de nuestro corazón
hasta completar la Gran Obra que todos estamos llamados a realizar.


Mi abuelo esculpía el mármol
y cada vez que con su hábil martillo golpeaba el cincel,
sabiamente apoyado sobre la piedra,
desvelaba la belleza, invisible y silenciosa, en ella atrapada.
¿Con qué ojos veía el abuelo
lo que aquellas informes masas de mármol ocultaban?
¿Quién guiaba sus manos con sabiduría,
con fuerza y belleza a cada golpe de martillo?


Quizás él no atendía estas cuestiones,
pero a pesar de todo, recibió en su corazón,
la gracia de fluir con el impulso del alma
para recrear las bellas formas que las Musas le inspiraban.
Él supo que en cada piedra bruta se ocultaba, intangible,
la potencialidad de un nuevo orden,
de una nueva función,
de una nueva oportunidad de expresión del ser.
Y tuvo la ocasión de revivirlo y de actualizarlo en cada una de sus obras.


La mente, como entidad al servicio de la individualidad,
es la pantalla donde se proyectan
las imágenes generadas por los pensamientos
y las emociones banales y horizontales propias del hombre viejo,
aquel que no ha despertado a la conciencia del ser,
el que nunca ha sentido la necesidad de preguntarse quién es,
de donde viene o hacia donde va.
El que cree que todo empieza y acaba en su individualidad.


La mente racional, no es la sede de la Verdadera Inteligencia.
Lo es el corazón.
Es preciso, pues, hacer entrega de nuestro corazón a las Musas
y permanecer tranquilos, confiados y seguros,
suspendidos en este espacio virtual de intersección
entre la verticalidad del cielo y la horizontalidad de la tierra
y es asimismo preciso confiar la mente a los dictados  del corazón
y ponerla al servicio de sus anhelos más sublimes.


Invoco la fe a cada paso del camino,
me reafirmo y agradezco a la vez este valioso don
que me brinda la oportunidad de descansar,
de mantenerme estable y serena
en medio de las confusas y cambiantes emociones
y del alocado movimiento exterior.
La fe es la confianza llevada al extremo, es decir, la certeza.
Entregarme a la fe, vivirla sin condiciones,
con alegría, decisión y vigor,
es ser una con el amor que unifica la totalidad de la creación.



Otoño 2009


De Beatriz Ramada publicamos La Rueca, texto teatral integrado en el "Festival de Monólogos" interpretado por la Colegiata Marsilio Ficino durante la primavera del 2009. Los nueve monólogos que integran el certamen se representaron en el Espacio Escénico Tísner del Centre Cívic Cotxeres Borrell (mayo 2009) y en el teatro de bolsillo Ruqueria Querubí, en el barrio de Gracia (mayo-junio 2009).


La Rueca


Beatriz Ramada interpretando La Rueca

Beatriz Ramada interpretando
su monólogo "La Rueca"


(Comienza la escena, una mujer sentada en un escritorio con un cuaderno en blanco en el que se dispone a escribir. En el escritorio hay también una caracola.) ¿Cómo se convierte la caverna en montaña?, o lo que es lo mismo, ¿cómo aprehender el lenguaje que lo revela? El lenguaje de los símbolos y las certezas, transmitido por el heraldo proverbial, (reparando en la caracola que hay sobre el escritorio) oyendo su voz a través del intermedio de otras voces, de todas las voces si me paro a reflexionar, porque hay un hilo sutil que une la trama entre sí. La Creación entera expresando un solo Nombre, revelando una Presencia.


(Se pone a escuchar la caracola, y acto seguido se levanta)
 "De naturaleza musical está hecha el alma humana y su inteligencia..." La Inteligencia desenrollando la madeja teje con un movimiento rítmico, una red geométrica de extensión indefinida. Con su actividad incesante conduce el hilo del cielo, entrecruzado con el hilo de la tierra, generando mundos, en los que se adivina un plan, una estructura invisible... todo está vivo en esa red, revelando un modelo, como una espiral a modo de gran serpiente enrollándose, que sólo en sus fragmentos es visto como algo distinto.


(Entre exclamaciones) ¡Claro, la rueca, la rueda imagen simbólica del Cosmos!, la inteligencia… el  hilo de Ariadna, (en este momento se levanta y dirige rápidamente al escritorio como dispuesta a escribir todo lo que acaba de recibir) la enseñanza que nos permite acceder a otros grados de conciencia a otras lecturas diferentes de la realidad y de la descripción que tenemos de la misma. Las palabras cobran sentido y se convierten en expresión de esa otra escritura con mayúsculas que ha conformado el Universo. El enemigo de esa luz, es la propia ignorancia que nos encierra en una cárcel, en una  ilusión, ¿cómo escapar de ella?, ¿cómo traspasar el umbral que nos conduzca hacia lo que es real?, ¿qué es lo real?, ¿qué es la verdadera identidad?


(Vuelve a levantarse del escritorio)
En algún momento, aunque no sea consciente del todo, la necesidad es tan imperiosa, que surge la posibilidad de renacer a otra realidad. La puerta siempre está abierta. Supone asumir que todo se ignora, así que todo ha de ser aprehendido... Una cadena nos une con la fuente de la que mana toda Sabiduría. La luz emanada de esta fuente nos hace percibir en cada uno de nosotros una especie de identidad de ser hombre, más allá de las diferencias aparentes, claro está, físicas o psíquicas, es la Idea de Hombre en el sentido platónico, del arquetipo, el modelo que se nos hace reconocible al intelecto, y que hace que no confundamos a nuestra parentela y amigos con monos, asnos o alcachofas. Y así, el arquetipo del arquetipo, un modelo perfecto en su sencillez, la clave en la trama de la tejedora, evocado por todas las culturas tradicionales, porque éste es  su origen y su meta.


(Se dirige al escritorio y coge el cuaderno en el que va buscando los dibujos del árbol y la tetraktys, conforme se dice el parlamento, también la cita que dice más adelante, y se acaba sentando en el escritorio)
Brillantemente establecido en el Árbol de la Vida cabalístico, o en la tetraktys pitagórica, aunque si bien como escribió Platón por boca de Sócrates: "Los hombres de otro tiempo, que no tenían la sabiduría de los modernos, en su sencillez consentían escuchar a una encina o a una piedra, con tal que la piedra o la encina dijesen verdad".


(Como reflexionando) Una piedra o una encina, nada menos.
La Verdad que por definición no puede ser negada, es por lo tanto lo único real e ilimitado. Pero la paradoja es que el camino hacia ella es la negación, ni esto, ni aquello, ni nada que uno pudiera imaginar o desear, con cada no una disolución que va dejando un espacio vacío que es el principio de una afirmación, de una coagulación, una certeza. La expresión de la Verdad es la Tradición, (coge la caracola) su búsqueda es lo ofrecido por la enseñanza de los antiguos, una herencia que es como una copa que porta la muerte y la vida, el misterio de la identidad.


(Se levanta a lo largo de este parlamento)
Podemos rechazar lo ofrecido, dejarnos llevar por la corriente de la existencia, sumidos en un sueño, creyendo ser algo distinto, recuperar así una individualidad, algo perentorio que ha de desaparecer tan pronto el nudo sea desatado para dar lugar a la posibilidad de una nueva trama, en cualquier caso esta decisión en nada afectará el gesto perenne de la Gran Tejedora. Podría parecer el camino más fácil, ¿por qué, sin embargo, se siente esta sed?, ¿quién soy, cuál es mi origen, cuál mi fin? Beber es adentrarse en lo desconocido, como única garantía, la promesa liberadora de que es posible aprehender la Verdad.


Esta es la ambrosía de los dioses, el elixir de la inmortalidad. A veces es como un calor tenue que se expande y produce un estado de alegría, se comprehende que todo es sencillo y luminoso, los pájaros, las estrellas. La Vida aparece como extraordinaria. Como sucede alguna vez, es la belleza.


Otras es como un veneno por el cual la respiración se vuelve lenta, invirtiendo su ritmo hasta detenerse, las formas se difuminan, el tú y el yo se diluyen, lo que envolvían se hace más real, éste parece el umbral del misterio, se presiente el silencio que sólo escapa a la sinrazón de la ignorancia.


¿Cómo puede aquél  al que se le dio todo haber quedado reducido a una visión tan mínima y limitada de su existencia? Se hizo una elección. Demiurgos caídos que se aferran a sus deseos condicionados, a sus ilusiones, para construir horrendas fantasías expandiéndose en la horizontal multiplicidad, inmersos en su propia tontera, cercanos ya a nuestro fin.


(Coge la caracola y vuelve a escucharla, luego se sienta en el escritorio) Es momento de ejercitar la Memoria. La Inteligencia revela una Sabiduría, y ambas conforman una Voluntad de Ser que es el inicio y el fin de todo lo nombrable. Esta voluntad es una presencia inmanente a todo lo creado, el revelador de esa presencia es el dios Hermes. Es a través de su intermedio que lo velado se va revelando... Él, es el verdadero escriba, y lo demás, una ilusión.


(Empieza a escribir, mientras dice en voz alta) ¿Cómo se convierte la caverna en montaña?, o lo que es lo mismo, ¿cómo aprehender el lenguaje que lo revela? El lenguaje de los símbolos y las certezas...



Link al blog de la Colegiata Marsilio Ficino (Vídeos del Festival de Monólogos)


Primavera 2010

Publicamos en esta ocasión una conferencia impartida por Mireia Valls en el Palacio Sástago de Zaragoza con motivo de las I Jornadas sobre la Tradición promovidas por la editorial Libros del Innombrable durante el mes de noviembre de 2009


Mujeres sabias de Occidente: Hypatia, María la Hebrea y otras


María la Hebrea

La alquimista María la Hebrea
Iluminación del libro que se le atribuye:
"El pequeño jardín de rosas de María la Profeta y el Rey Aros...", 1768


Hoy en día, en muchos puntos del planeta, la mujer goza de derechos y deberes en igualdad de condiciones que los de los varones. Por doquier se habla de la liberación de la mujer, de sus conquistas en muchos ámbitos de la sociedad, pero también de lo mucho que le queda por hacer y conseguir, sobre todo en los medios fundamentalistas, sea del signo que sean. Aunque, paradójicamente, incluso en sociedades libres y democráticas, los hombres y las mujeres están cada vez más distanciados, enfrentados, enrolados en una competencia encarnizada o en violencias de "género" extremas, cual dos extraños que ya apenas se reconocen.


¿Cual es el origen de esta anomalía? Desde luego que no nos detendremos en las valorizaciones o los análisis que se llevan hoy en día, tan parciales y reduccionistas, los que nos conducirían irremediablemente a callejones sin salida, pues no se dirigen a la raíz del asunto. Porque el meollo está en recordar cuál es esta raíz tan olvidada, o esta esencia que reúne en sí cualquier alteridad, conciliando todos los opuestos, y que es la que da sentido y función a los indefinidos seres sexuados de la Existencia. Desde el momento en que un pueblo, una sociedad o una civilización corta los vínculos con la fuente de su tradición, con el esoterismo, -esto es, con el conocimiento interior y de orden espiritual que ubica a todos sus integrantes en el enmarque ritual que propicia la aprehensión y trascendencia de los planos de la Manifestación Universal-, sus acciones y luchas pierden el norte, y quedan sujetas al vaivén de lo más exterior, de lo sometido al devenir, a lo efímero y a los intereses particulares y egóticos.


Queremos decir con esto que es imprescindible ubicarse en otro punto de vista, desde el cual se reconoce que la Tradición es el hilo sutil de la Sabiduría Perenne que revela al ser humano su origen suprahumano, que en nada se diferencia de su fin, pues todo está reunido en la potencia del Principio. Que la Tradición no se inventa, sino que siendo la transmisora de las verdades eternas, siempre es y se está haciendo en el corazón de los que la vivifican; que ésta es en sí, -como nos dice Federico González en su obra Esoterismo Siglo XXI- "la imagen del Mundo Arquetípico, Atemporal, que se expresa cíclicamente en la cinta del tiempo". Y en esta cinta temporal nacen y mueren seres humanos que desde siempre así lo han reconocido, los integrantes de la Cadena Aurea, que con sus vidas se han sumado al rito de la Vida y de la Muerte que busca conquistar la Inmortalidad, apoyándose, para efectuar esta gesta heroica, en el conocimiento de la Cosmogonía, en los símbolos que la expresan y en los mitos que la hacen viva y actuante.


Porque ese mundo arquetípico del que hablamos no es una realidad que esté fuera del hombre y de la mujer sino, por el contrario, una de las realidades más altas que los conforman, y que el relato mítico pone en escena y representa. Los dioses y las diosas y toda su descendencia explican de modo simbólico el misterio del origen del Cosmos y su despliegue en mundos o planos jerarquizados, así como también insinúan con sus amores y odios, encuentros y pérdidas, proezas y debilidades, con su coraje, intrepidez y prudencia, generosidad y perseverancia, que es posible retornar desde la más literal materialidad y relatividad a la verdadera realidad inmutable del Espíritu. El mito teje un viaje de ida y de vuelta que es el entramado secreto del universo, en cuyo centro, el ser humano, es atravesado por esa trama y urdimbre que puede aprender a descifrar, pues él está hecho de esa misma sustancia o tejido, y desde ahí, desde el centro que es su Identidad, tiene la posibilidad de contemplar el desarrollo cíclico de la Existencia o del Ser Universal y simultáneamente de salir de toda coordenada limitativa, o sea, alcanzar la plena Libertad o la Inmortalidad.


Una de las primeras cosas que llama la atención en el mito es la idea de un Principio que para salir de su mismidad se polariza, desdoblándose en un principio positivo y en otro negativo, o masculino y femenino, pues sin esta dualidad aparente que porta en sí el poder de atracción para volver a reunirse en la unidad, nada se manifestaría y no podríamos hablar de Cosmos u orden, ni de universo, ni de los seres visibles e invisibles que lo habitan. La dualidad es pues una ley universal gracias a la cual el universo es, y siendo esto así, ¡con que belleza el mito relata la confección de la red cósmica!, donde a partir de una primera pareja prototípica nacen deidades masculinas y femeninas que van copulando y engendrando vástagos, originando sagas civilizadoras que reproducen a escala el modelo universal allí donde siembran sus semillas, y donde haya hombres y mujeres que las reciban, no como gérmenes caídos de afuera, sino como una fecundación intelectual operada en la conciencia. Y es evidente que masculino y femenino van de la mano, cumplen funciones, asumen misiones, el primero con todo aquello relacionado con la expansión, la luz, la construcción, lo positivo, lo diurno, y el segundo, es decir lo femenino, con lo nocturno, la oscuridad, la receptividad, la pasividad, lo contractivo, etc. Dos polaridades conjugadas que conforman el modus operandi universal y cuya dualidad trascendida da acceso a la vivencia de la unidad del Ser.


Al observar los panteones de todas las culturas es totalmente evidente que están integrados por deidades sexuadas que se trenzan, se complementan y se oponen sólo en apariencia, expresando con sus gestas, gestos, vivencias y experiencias el orden vivo de la cosmogonía a la que el ser humano se suma, haciéndole reconocer que el relato mítico, arquetípico y prototípico, es el film que él está llamado a protagonizar. El mito es la verdadera historia del ser humano, el cual, realizando esa conjunción de todos los complementarios en su interior, a muchos niveles o planos del mundo intermediario del alma, puede experimentar en sí las aventuras de los dioses, o sea, vivenciar y recrear su naturaleza que simultáneamente es humana y divina, reconociendo de este modo su esencia inmortal o eterna.


Las deidades masculinas y femeninas, que son facetas de la Unidad al polarizarse, constituyen las energías-fuerza que recorren todo el cosmos. Además, cada diosa simboliza una modalidad del principio femenino, como a su vez cada dios es símbolo de un aspecto del principio masculino. Y ahora, al nombrar a algunas de ellas, iremos activando o despertando estas potencias dormidas u ocultas, que es lo que han hecho desde siempre millones de mujeres sabias de todos los tiempos y lugares. Como Hesíodo, empecemos por las Musas; éstas despiertan del sopor y la ignorancia, inspiran a los que las "escuchan" y los aspiran a estados de la conciencia muy altos que habitan en el interior de todo ser humano; su madre Mnemosine, simboliza la memoria, o sea la posibilidad de recordar todo lo que somos, nuestro origen que es idéntico a nuestro destino y el vasto recorrido para alcanzarlo. Gea es la gran matriz universal, vacía y grávida a la vez, que nutre, gesta, expulsa y deglute a todas sus criaturas. Atenea refleja la Sabiduría y la Inteligencia y nos habla de las estrategias guerreras para conquistar las más altas esferas del pensamiento, con el apoyo de las artes y las ciencias, de las que ella es también abanderada, compartiendo con la Isis egipcia muchos de sus atributos, no así el de ser la pareja de su complementario Osiris, pues Atenea-Minerva es el símbolo del andrógino, del ser que ha reunido en sí todos los pares de opuestos, como las míticas Amazonas, mujeres que vivían en un reino sin varones, practicantes de las artes marciales y cuyas hazañas bélicas fueron conocidas en el mundo entero.


Prosigamos con el desfile; Core es la doncella, símbolo del alma virgen que se vacía y hace un hueco en su seno para la concepción, especialmente la intelectual, análoga a Perséfone, que con su madre Deméter, la Ceres romana, revelan el ritmo cíclico de toda la Naturaleza, que la mujer vive de forma tan directa en su propio organismo, con un período de preparación, otro de fertilidad o receptividad para concebir, y en el caso que no sea, la consiguiente purga o putrefacción, el menstruo que purifica y prepara una nueva tierra para el inicio de otro ciclo -regido siempre por la luna-, que de ser éste fecundado, gestará y nutrirá un ser cuyo desarrollo culminará en la muerte intrauterina y el nacimiento de una nueva criatura, portadora en sí de los gérmenes que sometidos a dicha ley cíclica, perpetúan el ritmo del Cosmos. Una rueda que es el sello de la manifestación universal, como la expresada análogamente por la agricultura, de la que Deméter es patrona y cuya simbólica presidía los misterios de Eleusis, ritos iniciáticos abiertos, por cierto, tanto a varones como a hembras.


Convocamos también en este cenáculo a Afrodita, el amor y la belleza, intermediarios fundamentales en la vía del Conocimiento, fuerza atractiva que opera desde lo más grosero (Venus Pandemos) elevando el alma a lo más alto (Venus Urania) para experimentar el Amor en sí mismo, que es yoga o unión de todo con el Todo y Uno. Y Artemisa, la gemela de Apolo, la casta virgen, paradójicamente protectora de los partos, cazadora intrépida, como la luna reina de la noche, que refleja una luz superior, la de su paredro radiante, que a su vez es el emisario de la luz increada del Principio. También Hera, el prototipo de la esposa, y Maya la madre de Hermes, la ninfa encantadora que advierte del peligro de encandilarse en las maravillas del Universo, pues ya su propio nombre revela que son pura ilusión, sólo los velos que ocultan la auténtica realidad invisible del No ser.


Y podríamos seguir invocando a las indefinidas energías que tejen y destejen la trama cósmica, que erigen y destruyen el mundo a cada instante, como las Parcas o las Moiras, las Horas y también todas aquellas entidades que simbolizan lo femenino en sentido invertido, las Furias o Erinias, Lilith, las harpías, las lamias, etc. Y por último la diosa Hestia o Vesta, que aunque con nombre femenino, no se la representa con forma humana sino como una llama siempre prendida que es el centro del hogar, encarnación del fuego doméstico y de la ciudad, los receptáculos de los efluvios celestes, que de ser acogidos en el corazón de la mujer, cuecen la obra de transmutación del alma que culmina en la plena deificación.


Pues todo lo que llevamos dicho tiene mucho que ver con el tema de nuestra charla, que es el de seguir la pista a las mujeres que aquí en Occidente han sido recipiendarias y transmisoras de la Sabiduría Perenne, o sea a todas aquellas iniciadas que han hecho del conocimiento de su identidad el centro de sus vidas, lo que es análogo a decir que han encarnado el mito en su plenitud, o sea que su vida ha sido, es y será una constante movilización de las energías que acabamos de evocar. En este sentido, sabias no son forzosamente las más letradas, eruditas o ilustradas, sino las que han accedido al conocimiento real y efectivo, interno, de los secretos del mundo y de sí mismas, que implica ser o identificarse con ámbitos de la conciencia allende la individualidad a los que se arriba por rupturas de nivel respecto de lo ya conocido.


A la Sabiduría se la penetra a través de muchas vías, en las que tienen cabida seres de distintas naturalezas, que viven en diversos tiempos y lugares y que se manejan con diferentes recursos o apoyos simbólicos para su labor interna. Recordemos, por ejemplo, a las pitonisas del Oráculo de Delfos, mujeres las más de las veces iletradas pero que sin embargo eran totalmente permeables a la inspiración o al rapto divino del que se hacían emisarias, como las profetisas o sibilas, "las que conocen el pensamiento divino", tal el caso de la de Eritrea, la Cumea, la Pérsica, la Líbica, y así hasta completar las 10 más famosas de la antigüedad, aunque ha habido muchas más, tanto antes como después. O los millones de hembras que en todos los pueblos y edades se han dedicado a labores de tejeduría, bordado o sastrería, oficios éstos que aplican a una escala microcósmica las precisas leyes geométricas y aritméticas con las que está diseñado el universo, en perfecta analogía con las macrocósmicas, de tal manera que dichas dedicaciones han sido unos soportes importantísimos para la realización espiritual de las hembras de todas las culturas. Oficios como la cestería, la orfebrería, la cerámica, la escultura, la pintura, la fundición de metales, la construcción, la encuadernación, el dorado y la tintura, la cocina, y todas las labores de granja y de campo, se basan en unos códigos simbólicos que reproducen la estructura del cosmos, de ahí que trabajando con ellos se pueda inteligir su trama interna, que es análoga a la del ser humano, que puede así conocerse en plenitud.


Y no olvidemos a las llamadas peyorativamente brujas, verdaderas mujeres medicina, curanderas que conocían y aplicaban la magia simpática y que elaboraban pomadas, ungüentos, elixires, drogas y cataplasmas con los que sanaban y también promovían la intelección de los mundos invisibles, que ellas tan bien conocían, pues vivían en permanente diálogo con los efluvios planetarios, estelares y los númenes del reino mineral, vegetal y animal. Nos ha llegado el nombre propio de algunas, como la mítica Circe de la Odisea, Medea esposa de Jasón, las hechiceras Sira y Filina, citadas en los textos de magia de los papiros griegos, la Méroe de la Metamorfosis de Apuleyo, y muchísimas otras que habitaban en bosques, aldeas o ciudades, en cabañas, castillos o monasterios, siempre en contacto con lo supranatural, con los misterios de la vida y de la muerte, lo que las convierte en uno de los eslabones de transmisión de la Ciencia Sagrada, que como vemos no se expresa sólo de forma intelectual, sino también de manera popular y sustentada en la simbólica natural: en la botánica, la farmacopea, y en todas las transmutaciones minerales, vegetales o animales.


Por tanto, es evidente que aquí en Occidente, en el seno de la Tradición Hermética que acoge ramas sapienciales tanto paganas, esto es egipcias, grecorromanas y gnósticas, como judías, cristianas e islámicas, y aún otras -todas ellas expresión de la Tradición Unánime, Primordial, vertical y siempre actual-, han existido vías para acceder a los misterios del Ser y del No Ser, no sólo para los varones sino también para las mujeres. Ritos iniciáticos con un carácter sapiencial, guerrero o artesanal, o sea con distintos revestimientos formales, pero que confluyen todos en el conocimiento de la misma realidad y Verdad; puertas que han podido franquear muchísimas mujeres, desde las distintas ubicaciones, funciones y condiciones sociales y geográficas que les ha tocado vivir, pues la Sabiduría no es propiedad de un grupo, sino que siendo subyacente y preexistente a todo lo manifestado, cualquiera que la busque e invoque con sinceridad de corazón, bien orientado, y con los apoyos simbólicos idóneos a su naturaleza, la puede aprehender, que no poseer, lo cual rompe con la interpretación moderna de creer que la mujer ha estado discriminada, reprimida o apartada del Conocimiento, si bien es cierto que desde el Renacimiento le ha sido mucho más difícil esta empresa, como también en otra medida a los hombres, ya que desde ese momento Occidente casi rompe los vínculos con la concepción sagrada de la existencia y se precipita a la más aberrante grosería, ignorancia y olvido en el que hoy estamos sumidos.


Pero veamos algunas de las iniciadas que de una u otra forma se han sumado al rito del Conocimiento del Ser y de lo que hay más allá de él, el ámbito de la Metafísica, que es el fin verdadero de toda realización espiritual. Antes ya nos hemos referido a la presencia de mujeres sacerdotisas en templos de la antigua Grecia y Roma. A las pitonisas de Delfos, mujeres que abandonando el estado ordinario de la conciencia, accedían a estados supranaturales en los que se unían al pensamiento de la deidad y luego lo proferían, con total prescindencia de cuestiones particulares o egóticas. Así por ejemplo Plutarco relata en su Moralia: "La sacerdotisa profética es inspirada según sus facultades naturales […] De hecho, la voz no es la de un dios, ni tal es la expresión, dicción o verso, sino que todo ello pertenece a una mujer; el dios pone en su espíritu solamente las visiones y enciende una luz en su alma que le hace ver el futuro…". Una de ellas, Aristoclea o Temistoclea fue iniciadora de Pitágoras en los misterios del dios Apolo, y como se sabe, en la escuela iniciática fundada por el sabio de Samos, las mujeres tuvieron un gran protagonismo y participaron de la vida interior de la cofradía, pudiendo efectivizar su realización espiritual. Baste evocar el nombre de algunas de ellas: Téano, Mia, Arignota, Timica, Fintis, Damo, Teadusa, Babelica, etc., de las cuales se conservan algunos escritos que aún hoy podemos leer y meditar.


También sabemos de las sacerdotisas de Atenea, entre las que se recuerda a Lisímaca, y las Vestales, vírgenes de gran hermosura encargadas de mantener encendido el fuego sagrado del templo de Vesta, la diosa del hogar, llama prendida que es símbolo del espíritu vivo que nunca muere. Y de Diotima de Mantinea, sacerdotisa y adivina, que fue maestra de Sócrates y le transmitió los más altos conocimientos del Amor, que en última instancia tienen que ver con los de la Inmortalidad. En El Banquete de Platón describe el camino hacia el Amor o lo Bello con mayúsculas como una escala que remonta grados o mundos, desde el corporal al de las ocupaciones hermosas y de éstas a las ciencias, y de ciencia en ciencia hasta alcanzar la ciencia de lo Bello en sí mismo. Escalera poblada de démones, o sea de entidades intermediarias de las que la sabia nos dice: "Los demonios llenan el espacio que separa el Cielo de la Tierra; son el lazo que une el todo a sí mismo. De ellos procede toda la ciencia adivinatoria y el arte de los sacerdotes relativo a los sacrificios, a los misterios, a los encantamientos, a las profecías y a la magia. La naturaleza divina no entra jamás en comunicación directa con el hombre, y se relaciona con él por mediación de los demonios, durante la vigilia o el sueño. El que es sabio en todas estas cosas es un demoníaco, y el que es hábil en lo demás, en las artes y los oficios, es un obrero". (Platón, El Banquete)


En este sentido no podemos olvidar a las bacantes, mujeres que participaban en los ritos mistéricos del dios Baco, y en cuyos delirios catárticos salían de los estrechos límites de la individualidad y transitaban por las extensas esferas universales y arquetípicas siempre colindantes con el Misterio Innombrable. Igualmente una mención para la sacerdotisa que juntamente con el Hierofante oficiaba el rito más interior de los Misterios de Eleusis, vigentes más de dos mil años, en el que se dramatizaba la unión de Zeus y Deméter como símbolo de la unión última de todos los complementarios.


Pero además de las sacerdotisas, están las magas y teúrgas, que las ha habido aquí y allí, antes y ahora, reconocidas o anónimas, el núcleo de cuya existencia era y es ese "tuteo reiterado con los dioses" al que nos hemos referido, el permanente viaje ascendente y descendente por el Eje del Mundo que engarza todos sus planos concatenados, el conocimiento directo e intuitivo de los arquetipos aprendidos de la mente divina y la visita reiterada a la Utopía, al Olimpo, al Colegio invisible o la Escuela del Espacio, un ámbito invisible, un estado de la conciencia donde es abolida cualquier dualidad y se vivencia la Unidad en sí misma. Aquí ocupa un lugar destacado Asclepigenia, maestra de Proclo, el director de la Academia neoplatónica de Atenas en el siglo V, mujer que le transmitió los fundamentos del Arte Teúrgica. Era hija de Plutarco, y su padre le legó las altas enseñanzas de esta magia superior que no busca fines particulares sino una actualización de la Cosmogonía, gracias a la cual se perpetúa la vida del Ser Universal.


Siguiendo con esta labor de enseñanza y transmisión de la Ciencia Sagrada, veamos ahora algunas de las mujeres que se apoyaron y practicaron con las Artes Liberales, y empezaremos por las del Trivium, o sea la Gramática, la Lógica y la Retórica, que para nada son un cúmulo de reglas o normativas para construir discursos formalmente bellos, sino las ciencias que apelan a los nombres de las cosas, a lo que éstos simbolizan, a la naturaleza interior de lo que manifiestan, y a la conexión con el Verbo del que todas las palabras emanan. Aquí comparecen innumerables mujeres de la antigüedad hasta el día de hoy, y siendo imposible referirnos a todas, elegiremos a algunas que se destacan como abanderadas de la enseñanza interior o esotérica que recibieron, acogieron y devolvieron con palabras renovadas, lo que es propio del soplo del dios Hermes y su influjo; por ejemplo Nicostrata o Carmenta, de la que Cristina de Pizán explica en su La Ciudad de las Damas: "... muy versada en literatura griega se expresaba con una lengua hermosa y una elocuencia admirable, hasta tal punto que los poetas de la época la celebraban en sus versos como si fuera la amada del dios Mercurio. También pretendieron que un hijo que había tenido con este último y que llegó a ser poeta, era obra del Dios".


La misma Cristina de Pizán, escritora de finales del s. XIV y XV, de la cual destacamos dos de sus obras más significativas El Camino del Largo Estudio y La Ciudad de las Damas, se revela como una integrante de la Tradición Hermética, que por cierto toma su nombre del dios Hermes, el Mercurio romano, análogo al Thot egipcio o al Elías hebreo, una entidad espiritual universal y eterna cuyas funciones están relacionadas con la enseñanza de la Ciencia Sagrada y con el viaje iniciático, con la transmisión de las verdades eternas a través de los códigos simbólicos de los que es emisario; también con la sanación del cuerpo y el alma, y el intercambio tanto intelectual como comercial. Muchas otras damas hicieron uso del Arte de la palabra para devenir la voz viva de la Tradición: Safo, la poetisa de Lesbos, la isla en la que recaló la cabeza del poeta Orfeo representante de otra rama de la Tradición Hermética, el Orfismo; mujer aquélla inspirada por las Musas que compuso innumerables poemas ritmados, o sea acordes con el ritmo universal que se expresa a través de proporciones, tonos, acordes y desacordes. Según relata Horacio, uno de sus poemas estaba bajo la almohada del filósofo Platón cuando murió.


Ya en otro tiempo y geografía, tenemos a la beguina Margarita Porete, mujer medieval que escribió un tratado titulado El Espejo de las Almas Simples en el que se reconocen muchas afinidades con la secta de los Hermanos del Libre Espíritu, una de las organizaciones iniciáticas herméticas de la Edad Media, como la de los Fieles de Amor a la que pertenecía Dante cuya personificación de la Sabiduría era la Madonna. Por cierto que muchas beguinas, mujeres que decidieron vivir la espiritualidad al margen de la vida conventual, viviendo ya sea solas o en pequeños grupos en los emergentes burgos, ejercieron labores patrocinadas por Hermes, como la enseñanza de la lectura y la escritura, el cuidado de los enfermos, el acompañamiento mortuorio, la escritura de textos inspirados, etc., y por sus escritos podemos descubrir a algunas que penetraron el conocimiento esotérico, y por tanto fueron más allá de lo místico-religioso, tal el caso de la Porete cuyo libro, por expresar la Verdad tal cual es y el camino para alcanzarla, le costó la vida en la hoguera.


O más adelante, y en este caso al otro lado del Atlántico, Sor Juana Inés de la Cruz, monja mexicana que también fue más allá de lo que la vida conventual y religiosa le ofrecía, y que embebida de los autores clásicos y herméticos que leyó en la extensa biblioteca que logró formar en su habitación-celda, escribió algunos textos de carácter verdaderamente iniciático, como el poema Primero Sueño. Como ella, muchas mujeres de iglesia pudieron trascender el exoterismo religioso y vivir el esoterismo, aunque fuera en su soledad y ante la incomprensión de los que las rodeaban, que con frecuencia las tildaron de místicas, cuando en realidad eran iniciadas, o sea, participantes de una doctrina que se vive por la certeza y el conocimiento directo, por identificación con lo conocido, y no como el seguimiento o la creencia ciega, dual  e indirecta del dogmatismo y moral que caracteriza a la religión. Para terminar con estas mujeres practicantes de las Artes de la Palabra, unas estrofas seleccionadas de Hadewijch de Amberes, del s. XIII, una maestra beguina, perseguida por vivir en libertad de espíritu y por lo que escribía:


"Aislada en la eternidad sin límite, dilatada, salvada, tragada por la Unidad que la absorbe, la inteligencia de calmos deseos se entrega a la pérdida total en la totalidad de lo inmenso; allí le es revelado algo muy simple que no puede revelarse: la Nada pura y desnuda. En esta desnudez se mantienen los fuertes, colmados en su intuición y exhaustos ante lo inalcanzable. Entre lo comprendido y lo que falta no hay medida ni comparación posible: por eso se apresuran quienes esta verdad vislumbraron, por el camino oscuro, no trazado, puramente interior. En esa carencia encuentran un premio supremo y su alegría más alta. Y sabed que nada se puede decir de ello, sino que hay que apartarse del tumulto de razones, imágenes y formas, si se quiere conocer el interior más allá de toda inteligencia. Quienes no se dispersan en otras empresas vuelven a la Unidad en su principio y la unión que alcanzan es tal que ninguna unión de este mundo se le puede comparar. En la intimidad del Uno, las almas son puras, desnudas, sin imagen ni figura, liberadas del tiempo, increadas, sin límites en el espacio silente. Y aquí me detengo, no encontrando ya ni fin ni comienzo ni comparación que justifique las palabras. Abandono esto a quienes lo viven, pensamiento tan puro que heriría la lengua de quien quisiera expresarlo".


Con este coraje y determinación han enseñado muchas otras hembras, y ahora nos toca evocar a algunas de las que se apoyaron en los códigos simbólicos numéricos, o sea en las artes del número, estudiando Astronomía-Astrología, Geometría, Aritmética y Música, como Hypatia, la neoplatónica alejandrina del s. V, muy versada en astronomía y filosofía, tan es así que las enseñaba en el Museion, y los adeptos venían de otras tierras para recibir sus enseñanzas; una mujer valiente y generosa, integrante del coro de sabios del Inmortal Amor, como decía de ella su alumno Sinesio, que le consultaba en todo momento para sus trabajos y estudios, y a la que reconocía como "madre, hermana, maestra, benefactora mía en todo, y todo lo que para mi tiene valor en dichos y hechos". Hembra a la que no doblegó el miedo y que fue asesinada por proclamar las ciencias liberadoras ante un mundo cada vez más ignorante, dogmático e invertido, como otras que la precedieron o sucedieron.


Pero hay muchísimas más mujeres que contemplaban el empíreo, no sólo en academias o desde observatorios astronómicos, sino a cielo raso, noche tras noche y día tras día, las cuales conocieron sus ritmos sabiendo que todo se acompasa a ellos, el crecimiento de las plantas y gérmenes, el vaivén de los fluídos, de las mareas y las menstruaciones; el nacimiento de las criaturas, la llegada de la muerte, el avance o curación de las enfermedades, los fenómenos meteorológicos, etc., etc… Y ni que hablar de la relación de estos ritmos, de esta matemática celeste que se proyecta en la tierra y en el alma del mundo, con la Música, un arte profundamente enraizado en nuestra cultura, con múltiples manifestaciones, asociada también al canto y a la danza, que ha acompañado siempre eventos de todo tipo, y ritos de fecundación, nacimiento, pubertad, matrimoniales, de duelo, coronaciones de reyes, torneos y guerras…, o sea, que ha estado presente en la vida del campo y del pastoreo, del castillo, del convento, y también en los ritos de las sagradas iniciaciones. La Música, con su enorme poder purificador y catártico para el alma ha sido practicada, vivida y escuchada por doquier, e innumerables mujeres anónimas penetraron y se sumaron a la armonía secreta de las esferas y de sí mismas apoyándose en este arte liberal que verdaderamente libera de ataduras.


No quisiéramos terminar este breve y tan incompleto recorrido que ha espigado aquí y allí el testimonio de hembras que vivieron arropadas por la Tradición Hermética siguiendo su senda de autoconocimiento, sin referirnos a las alquimistas, a aquéllas que se apoyaron en la simbólica de la ciencia de las transmutaciones para operarlas eficazmente sobre su alma. Encabeza la lista María la Hebrea, llamada la profetisa, la hermana mítica de Moisés, también reconocida como la primera mujer que se dedicó a esta ciencia. Y hacemos aquí un inciso para ver de soslayo el papel de la mujer dentro de la Tradición Hebrea, una de las que aboca su caudal sapiencial a la Hermética. Como es acorde a su naturaleza, la mujer tiene también un papel más oculto en esta tradición, pero su presencia colma por doquier sus escritos sapienciales, empezando por la Torah, donde muchos de los hombres de conocimiento tienen siempre su pareja femenina, garante para la vida y perpetuación de su pueblo y de su Tradición, y donde además destacan sabias hembras como la reina de Saba, Noemí, la profetisa Deborah, Miriam la hermana de Moisés, y muchas y muchas más.


Quién no recuerda aquel bello texto de Proverbios de "La perfecta ama de casa" en el que cada versículo se corresponde con una de las 22 letras del alfabeto hebreo y es una loa a la mujer, empezando por: "Una mujer completa, ¿quién la encontrará? Es mucho más valiosa que las perlas. En ella confía el corazón de su marido, y no será sin provecho…"; y más adelante: "Se viste de fuerza y dignidad, y se ríe del día de mañana. Abre su boca con Sabiduría, lección de amor hay en su lengua…". O aquél bello poema, El Cantar de los Cantares de Salomón, donde la novia es la personificación de la Sabiduría y la Inteligencia. Aunque luego también están los mandamientos, y los escritos o "rollos" con las reglas y preceptos, normas y conductas que todo lo empequeñecen, y en los cuales la mujer no siempre es valorada, sino todo lo contrario, empezando a aparecer prohibiciones, restricciones, inversiones y todo aquello que ya nos es tan conocido por estar presente en el dogmatismo y rigidez de cualquier credo.


En cuanto a la Cábala, al esoterismo tal cual se expresa en el judaísmo, no hemos encontrado el nombre de ninguna mujer cabalista, pero lo cierto es que muchos rabbis han estado casados, compartiendo con su compañera toda una vida simbólica, ritual y en la que el mito es una realidad actuante, y donde Metatrón y su Shekinah mantiene un diálogo constante, una interpenetración indisoluble. Además, en los textos cabalísticos está presente por doquier la simbólica de lo femenino y la mujer, por ejemplo, en los nombres de poder del Arbol de la Vida que destacan la faceta femenina de la deidad, siempre complementándose con la masculina, o la idea del Andrógino y su polarización, sexualidad que recorre todo el cosmos y de la que tan bellamente habla el Zohar, y miles de textos cabalísticos, empezando por el Sefer Yetsirah, que al presentar a las letras como las herramientas con las que la deidad crea y recrea el mundo a cada instante, o sea, como los artífices de la construcción universal, comienza por enumerar las tres letras madre, masculina una (shin), femenina la otra (mem) y la que las neutraliza y unifica (alef). Serían innumerables los ejemplos, pero dada nuestra limitación de tiempo remitimos a la lectura de todos estos textos verdaderamente brillantes e iluminadores para el tema que nos ocupa. Sólo una breve cita: "El sentido escondido de los conocimientos que te confío es que el ser humano está incluido en el misterio de la Sabiduría, de la Inteligencia y del Conocimiento: el hombre es Sabiduría, la mujer Inteligencia, y la unión carnal pura de ambos, el Conocimiento. Este es el secreto del hombre y de la mujer en la tradición íntima (ha-qabala ha penimit). (Nahmánides o Chiquitilla…Carta Santa sobre la relación entre marido y mujer)


Y retomemos el tema de la Alquimia, ciencia de la que como decíamos María la Hebrea es pionera, la cual en una de las obras que se le atribuye sienta los fundamentos y el método operativo de este arte que no busca sino a través de procesos de disolución y coagulación, la purificación del alma hasta su plena fusión con el espíritu, o sea su deificación, que es la culminación de la Gran Obra. En El Sello de los Filósofos de Mylius, figuran los medallones alquímicos con los más ilustres alquimistas, encabezados por las antiquísimas María la Judía, y por Tafuncia y Eutica, alquimista árabe. También se conoce por otras fuentes el nombre de Teosebia y la Pseudo Eudocia Augusta, autora de Violarium, texto en el que afirma que la piel del Toyson de Oro no debía tomarse literalmente como tal, sino que era un libro escrito sobre una piel que contenía la manera de fabricar el oro por la alquimia. Y esto claro está, tampoco hay que leerlo literalmente, sino de modo simbólico, o sea, que la obtención del oro se refiere a todas las pruebas que acontecen en el laboratorio interno de la conciencia con el fin de extraer el elixir, la esencia inmutable, única, simbolizada por el más puro de los metales, incorruptible, viva imagen del Espíritu Universal uno e indiviso.


Y siglos más adelante, ya en la Edad Media, Nicolás Flamel nos habla de su esposa Perrenelle, compañera en sus experimentos y partícipe en todo de los secretos de la Alquimia, así como también sabemos de Jeanne de Vivonne, viuda de Claude de Clermont que la asistía en sus investigaciones, o ya en el siglo XVII-XVIII la reina Cristina de Suecia, iniciada en esta ciencia por Sendivogius, siendo tal su pasión por la Ciencia y el Conocimiento que hasta renunció al trono para dedicar su vida a ello. Y aún queremos recordar a Sabina Stuart de Chevalier, que en 1781 publicó su Discurso Filosófico que contiene dos ilustraciones harto significativas. Y las describiremos con brevedad porque en la Vía Simbólica, y en particular en la Alquimia, los grabados son altamente significativos, evocativos, transmisores de un metalenguaje. En el primero figura un adepto que domina con su espada a una bestia con tres cabezas y que es coronado tríplemente por un Eros que desciende del cielo, haciendo esto alusión a la plena realización de las tres fases de la obra alquímica, a saber, la Obra al Negro, al Blanco y al Rojo. En el otro grabado, dentro de una biblioteca, se ve un religioso benedictino sentado en un taburete que parece muy extrañado de que una dama que cultiva esta ciencia sublime llegue inesperadamente y le presente una corona de oro enriquecida con pedrería; se ve también a otro religioso benedictino que llora la pérdida de Basilio Valentino; a sus pies un athanor, y fuera del recinto hay un árbol de la vida cargado de frutos.


Esta alquimista escocesa que trabajó también con su esposo, escribe en su libro sobre la genealogía espiritual a la que se reconoce afiliada, y tan ilustrativo es su testimonio que la queremos citar, pues en él se ve con claridad la unidad esencial de las ramas sapienciales de la Tradición Hermética: "Moisés había aprendido todas las ciencias de los egipcios, es por ello que los sacerdotes decían que era un segundo Hermes, viéndole explicar todos los jeroglíficos. Adán recibió de Dios mismo los principios de todas las ciencias; Adán instruyó a Noé, éste instruyó a Set, cuyos descendientes comunicaron los mismos conocimientos a Abraham; Abraham enseñó a los caldeos, los caldeos instruyeron a los egipcios y los egipcios instruyeron a Moisés. Canaam significa el antiguo Hermes y nada más; Misraim era hermano de Cam. Hermes enseñó la medicina universal a Isis, que curaba todas las enfermedades, según los antiguos. Isis es la luna y Osiris el sol, o el oro y la plata. Tubalcaín fue el primer Vulcano antes del diluvio; Cam es el Júpiter de los antiguos; el niño egipcio es la tierra de Cam; esta tierra de Cam, según Plutarco, es la Química; el anciano hebreo es el mismo que se llama Zeus. Saturno es Noé, que descubrió a su padre; Vulcano fue Misraim, después del diluvio y Mercurio inventó todas las artes entre los egipcios; este mismo Mercurio era hermano de Misraim".


Esta cadena, hilo sutil que se expresa en el tiempo como revelación de lo eterno, ha ligado a todas estas mujeres que hemos nombrado y a muchísimas otras que han habitado en nuestra civilización. Una unión por las ideas, por los arquetipos y por su Principio. Esta cadena ha llegado sin romperse hasta nuestros días. Por eso todo lo que hemos dicho no es agua pasada. Podemos seguir enrolados en mil luchas, acciones o gestos exteriores, pero escuchando a estas mujeres sabias quizás descubriremos que la única lucha es interna, que en ella deben concentrarse nuestros esfuerzos, y más actualmente, donde el olvido campa por doquier, y ya apenas se escuchan ni se reciben estas ideas, tan fecundadoras y liberadoras.


Primavera 2012


Los textos que nos acompañan en esta actualización han sido burilados por dos colaboradoras del Centro de Estudios de Simbología de Barcelona que han participado activamente en los descensos a la Barcelona subterránea, aventura que está a punto de ser publicada en su integridad. Por el momento, van estos artículos inspirados en esos viajes tan inesperados por el inframundo de la Ciudad Condal. El primero es de Margherita Mangini y lleva por título Incursiones al Subsuelo, y los dos siguientes son del puño de Ana Contreras (Atracciones Apolo y Gaudí; Pitonisa ). Ambas autoras son también integrantes del grupo teatral La Colegiata (http://colegiataficino.blogspot.com), por lo que se percibirá que en sus escritos se trenzan las labores teatrales con el rito de esos viajes subterráneos y la propia vida cotidiana de cada cual (ver también la sección de obras teatrales de la página de Federico González Frías, http://federico-gonzalez-frias.es).


Incursiones al subsuelo




Entrada a la "Cueva de los Enanitos"
en el Park Güell


Antes de que me invitaran a participar a las incursiones en el subsuelo de Barcelona se me había ocurrido que bajar al interior de la tierra sería una buena manera de meditar sobre mi estado de embarazo. Y como en la vida de uno las cosas pasan siempre de una forma mágica, me llegó la oportunidad de sumarme a esta investigación.


Entrar en la tierra es un acto simbólico y tiene que ver con bajar a los infiernos, al interior de uno mismo, a la caverna donde la semilla se pudre para que nazca un nuevo ser, donde vida y muerte están entremezcladas hasta tocarse en un punto que es el origen y el fin, y el centro de nosotros mismos y del universo.


Hacer este viaje implica dos vivencias diferentes pero complementarias: es desagradable, asfixiante, claustrofóbico debido a la falta de luz y de aire, a los malos olores, a la humedad y es tranquilizador y acogedor, como estar en una matriz antes de nacer. Estos dos aspectos se pueden manifestar en mayor o menor medida según el sitio que visitamos, pero no dejan de ser simultáneos y presentes a la vez en todos estos lugares. Las dos vertientes de nuestro viaje corresponden a la doble naturaleza de lo que el subsuelo simboliza: por un lado, el inframundo como infierno, como laberinto, como estado inferior del alma donde están los líquidos, los sentimientos, las densidades de uno; por el otro, la cueva como matriz donde la semilla se pudre y renace, donde se cumple el milagro de la vida, donde se gesta al niño alquímico, fruto de la conjunción de los opuestos, de cielo y tierra, de hombre y mujer: un espacio en el que todas las posibilidades están contenidas, todo es indistinto hasta que se crea una determinación en el vacío, un centro que se expande al máximo y luego es expulsado de ese útero a través de un camino tortuoso y asfixiante, gracias a las contracciones de la tierra, gracias a un terremoto, para morir de nuevo, para nacer a otro plano.


Y una vez franqueadas las columnas de Hércules, las piernas de la madre parturienta, nos ciega la luz y nos encontramos ante otra paradoja: nos inunda la luz apolínea de la inteligencia, que con su rayo vertical como una espada todo lo ordena y lo jerarquiza, pero también la luz que vemos es filtrada a través del velo de Maya, que vela y revela, por lo que ya ponemos nombres a las cosas, separándonos de ellas para tener que volver a empezar el viaje traspasando la mascara, bajando otra vez a la tierra para buscar a Dioniso, que nos embriague con su furor, que nos sacuda y nos infunda la locura para escapar del orden invertido del mundo moderno, que con su presencia nos revele la ausencia, origen de todo lo que es.


Dioniso es el dios de la ambigüedad y las contradicciones por excelencia y es difícil encasillarlo ya que tiene muchas facetas diferentes. Es el patrono del teatro y como tal está muy relacionado con la máscara. Dice Walter F. Otto en Dionisio. Mito y culto:


"La máscara es en sí encuentro – y sólo encuentro, nada más que frente, no tiene envés –. Los espíritus no tienen dorso, afirma el pueblo. La máscara no tiene nada que vaya más allá de ese subyugador 'salir al paso', es decir, tampoco tiene una existencia plena. Es símbolo y apariencia de aquello que está y no está; unión de la presencia inmediata y la ausencia absoluta. [...] Le hace irrumpir violentemente, inevitablemente, en el presente, al tiempo que lo desplaza hacia una infinita lejanía. Aterra por su proximidad, que, sin embargo, es distancia. Los misterios últimos del ser y el no ser observan al hombre con sus ojos monstruosos."(1)


Vemos por tanto que Dioniso es un dios que se presenta al hombre con violencia, que lo choca y lo sacude, que se hace sentir para revelar la ausencia absoluta. Y siendo el dios de la máscara, que no es otra cosa que la ilusión de la multiplicidad detrás de la cual se esconde, por decirlo de alguna manera, el Ser, es el que nos la hace traspasar. Nos arrebata, nos saca de nuestras casillas, rompe las normas morales de la sociedad, destruye todo lo dual y lo transforma. Dice Otto que "todo lo usual y lo ordenado debe ser reventado". Como el ojo de Shiva, Dioniso es el fuego que reduce la multiplicidad, encarnada en el hombre viejo, en ceniza. De estas cenizas nos hace renacer a otro mundo, a otro plano, devolviéndonos a la vida eterna, al sentido de la eternidad, que es representado por la esmeralda de Lucifer que éste perdió en la caída y en la que los ángeles entallan el Grial.


Pero para encontrar la piedra oculta hay que bajar en las entrañas de la tierra, al interior de uno mismo, donde Dioniso nos acompaña ya que es también dios del inframundo. De hecho, para poder llegar a los estados superiores del Ser, donde todo es paz y quietud, hay que pasar por sus estados inferiores, que se manifiestan en las densidades de uno mismo. Entrar en el infierno es un paso necesario, ya que allí es donde podremos nombrar lo que es solo apariencia, reflejo, y así librarnos de él. Hay que decir que desde el punto de vista del individuo librarnos de nuestros condicionamientos no será posible hasta nuestra muerte física, aunque sí es posible dominar los sentimientos, los demonios, las manías. Pero lo que sí se puede lograr en esta vida es trascender ese punto de vista individual, que no es otra cosa que un reflejo, y ver lo que nos pasa como un ciclo perenne desde un punto inmóvil en el que se sitúa nuestra verdadera identidad, nuestra esencia, que es supraindividual, universal.


Dioniso cumple también esta función de psicopompos, haciéndonos transitar por los estados infrahumanos, animales y desatando los nudos psicológicos que no nos permiten abandonarlo todo, desapegarnos de nuestra falsa identidad. Él representa el fuego de la pasión, la energía sexual, pero no entendida solo en su sentido más bajo, sino sobre todo como fuerza que, en un proceso de trasmutación impulsado por el fuego, nos empuja hacia lo alto, lo sutil.


"Pues nada hay más ajeno a las orgiásticas danzarinas del dios que el desenfrenado impulso erótico. Si entre las muchas imágenes que retratan las correrías dionisíacas se encuentra alguna vez una escena que roce lo dudoso, el resto muestra del modo más convincente que la dignidad y la intangibilidad son rasgos característicos de la Ménade, y que su furia nada tiene que ver con la lúbrica exaltación de sus compañeros medios hombres y medios animales. En el famoso discurso del mensajero de las Bacantes de Eurípides se subraya expresamente la honradez de las frenéticas mujeres, frente a las malvadas calumnias de que son objeto. [...] Su amor es de una índole más excelsa.  'La bacante no atiende al Sileno, que trata de aferrarse, rijoso, a ella; la efigie de Dioniso, al que tanto ama, se erige viva ante su alma, y a él mira, aunque esté lejos; pues las miradas de la bacante se alzan hacia el éter y están henchidas del espíritu del amor.'"(2)


Por todo eso Dioniso es llamado también "el liberador". Nos libera de nuestras cadenas y nos sume en el caos, nos retorna al caos primordial desde donde podemos volver a ordenarlo todo. Es el que da vida a la Naturaleza y el que promueve su reabsorción en la Unidad, en un doble gesto de disolución y coagulación, que es simbolizado por la sístole y la diástole del corazón en el plano físico. Es esa fuerza generadora que fecunda la tierra, el alma de uno, haciendo que, de la semilla que contiene todas las posibilidades, nazca una nueva planta, un neófito, que es uno mismo.


Dioniso simboliza la disolución de lo que había cristalizado, de lo conocido. Así lo vemos en las mujeres que se han dejado raptar por el éxtasis que él induce, las ménades, que se entregan totalmente a él, dejan sus casas y su vida anterior y se van al bosque.


"El mundo familiar en el que los hombres se habían instalado, seguros y cómodos, ya no está allí. [...] las honduras del Ser se han abierto, las formas primigenias de todo lo creativo y destructor con sus infinitos dones y sus terrores infinitos se alzan trastocando la inocua imagen del mundo familiar perfectamente ordenado. No traen ensueño ni engaño, traen la verdad...una verdad que enloquece. [...] La forma que adopta esta verdad, saludada con gritos de júbilo, es el demencial y avasallador torrente de la vida, que surge de maternales profundidades. [...] todo lo cerrado se abre. Lo ajeno y lo hostil conviven en sorprendente armonía. Las normas ancestrales pierden de pronto su razón de ser, e incluso las medidas de espacio y tiempo pierden validez."(3)


La ambigüedad de Dioniso se expresa también en el hecho de ser un dios andrógino, masculino y femenino a la vez. Además del fuego, otro elemento que caracteriza a este dios es su opuesto, el agua, considerada elemento femenino. De hecho, en los mitos que a él se refieren siempre es cuidado por mujeres, su acción es dirigida a mujeres y su séquito está compuesto de mujeres; y el elemento agua aparece en muchas ocasiones. El agua representa la fertilidad, el elemento en donde nace la vida, y Dioniso es el dios de la fuerza generatriz. Pero también en el agua vuelve la ambigüedad, ya que ésta tiene también un lado oscuro y misterioso. En efecto, el agua se puede relacionar con el plano de Yetsirah y por lo tanto con el alma inferior, donde se ubican los sentimientos y las pasiones, es decir lo espeso del alma, su parte densa y laberíntica.


Pero el fuego es también fuerza expansiva, en correspondencia con la columna de la fuerza, y el agua es lo que da forma y pone límites a esta fuerza, en correspondencia con la columna de la forma. Fuego y agua se relacionan con la energía de Dioniso y se corresponden con dos plantas a él asociadas: la vid y la hiedra. Por sus características estas plantas se oponen: una necesita de luz y calor para dar sus frutos, la otra crece también en el frío y evoca una sensación de frescor y sombra. Además, del fruto de la vid procede, tras un largo proceso de transmutación, el vino. Este jugo, símbolo de la esencia vital y elixir de la vida eterna, nos enciende el alma y nos hace ser más valientes, más honrados y más sinceros, a la vez que nos puede enfurecer. Dice Otto que el vino "acerca a la luz lo que estaba oculto", y esta frase revela la esencia de Dioniso, porque éste nos infunde el valor y el furor para ir hacia la luz, rompiendo los lazos que nos atan a nuestra individualidad. Pero esta luz no está fuera de nosotros, si no que está oculta en la caverna, en el centro del inframundo.


Este furor es la locura dionisiaca, que no es otra cosa que el fuego sutil que promueve el Amor al Conocimiento, la fuerza de voluntad con la cual se desbasta la piedra bruta que es el alma del hombre al principio del proceso iniciático. La locura dionisiaca no tiene nada que ver con una desviación psicológica, una enfermedad, sino que representa esa fuerza que hace que nos entreguemos al Conocimiento de una manera incondicional devolviéndonos a un estado de pureza, primigenio. Acerca de la carta del loco, Federico Gonzáles dice que éste


"camina al borde de un abismo, y un perro –que representa los peligros – lo acecha; pero él va confiado en el Espíritu, como un niño o un 'primitivo' en estado de inocencia, manteniendo la apertura de su mente y su corazón a posibilidades indefinidas, recibiendo así los efluvios celestes".(4)


El abismo del que aquí se habla es el que nos encontramos al entrar al inframundo, cuando Dioniso nos sacude y rompe el orden ilusorio al que el hombre viejo estaba acostumbrado. Pero bajar al inframundo de la mano de Virgilio, sabiendo que al final del túnel encontraremos una luz, nos hace confiar y estar abiertos porque quien intuye cual es nuestro origen y nuestro destino entiende que no hay dualidad, no hay bien o mal, desde el punto de vista del Ser universal. De otro modo, la vista del abismo nos sumiría en el caos y el miedo nos paralizaría. Es por esta razón que la energía dionisiaca de la que hablábamos, ese furor, ese fuego, debe ser bien dirigida por el Rigor y la Inteligencia. En ese sentido Dioniso y Apolo son deidades complementarias, que no tienen razón de ser la una sin la otra. A este propósito dice Otto:


"a este universo femenino se enfrenta el de Apolo como el propiamente masculino. En éste no reina el misterio de la vida de la sangre y de las fuerzas terrenas, sino la pura claridad y la amplitud del espíritu. Pero el mundo apolíneo no puede subsistir sin el otro. Por ello tampoco le ha negado nunca su reconocimiento".(5)


Dioniso nos deja en ese estado receptivo típico del loco para que seamos fecundados por el rayo de Apolo.


Dioniso tiene una faceta que se corresponde también con la del Diablo, una deidad ctónica, que pertenece al mundo inferior de la multiplicidad. Es "el mago a las ordenes del demiurgo", se dice en Noche de Brujas(6) y "nos permite de redimirnos de esa caída accediendo al conocimiento de aquello imperceptible que une al bien con el mal". Solo allí, en el reino del Demiurgo, tiene sentido hablar de bien y mal, pero este binario es en realidad otra ilusión, que el mismo Dioniso nos ayuda a desenmascarar. Él es dios de vida, ya que nos devuelve la verdadera vida, la eterna, y al mismo tiempo representa la muerte, ya que muerte y vida están íntimamente ligadas.


"El que crea algo vivo ha de sumergirse en profundidades insondables donde habitan las fuerzas de la vida. Y, cuando vuelve a la superficie, se adivina un brillo de locura en sus ojos, pues allá abajo la muerte comparte su morada con la vida. [...] La experiencia de los pueblos es la siguiente: donde se mueve lo vivo, ronda también la muerte."(7)


Y es que muerte y vida son aspectos de una misma moneda, como las dos caras de Jano, que en realidad se unen en su cara invisible, la de la eternidad, que se manifiesta en la oscuridad y el silencio de la caverna, cuando se apagan las luces y se calla. A este propósito no hay que olvidar que el inframundo es el reflejo del cielo y que la cueva es la copa (Grial) que recibe los influjos celestes, el corazón, que une la vertical y la horizontal. Vertical que vimos plasmadas en los pozos de la mina de can Masdeu, que nos recordaban la salida del laberinto, la cual solo puede ser en esa dirección. "Siempre hay alguna salida, la salida en cuestión es la misma, sea ésta o aquella" se dice en la obra En el tren.(8) Aunque la verdadera salida vertical está en el interior de uno, en lo más pequeño y lo más interno, al que se llega concentrándose, buscando al centro, dejándolo todo, todo lo material, lo externo, y también lo psíquico y lo sutil, expulsando todo el aliento hasta quedarse vacío. Este vacío simboliza la eternidad, pero en el plano de la horizontal, de lo cronológico deja necesariamente espacio a que entre nuevamente aire, a que uno se llene, a que sea catapultado otra vez al mundo manifestado. Y así, al salir de la caverna, la sensación es de renacer a un nuevo mundo, que es el mismo de siempre y es diferente a la vez. Saliendo de la cueva de los enanitos, tan pequeña y recogida, respiro hondo, siento el aire fresco y me ciega la luz del sol de la mañana, y distingo formas y colores. He sido arrojada a la multiplicidad.


La multiplicidad es reflejo de la Unidad, es el reino del Demiurgo, que no es otro que el que crea la ilusión de la multiplicidad. Esta en realidad no existe sino a través del punto de vista del individuo. Pero para el hombre viejo es la única realidad y para poder rectificar y comprender que todo este juego del "tira y afloja"(9) es una ilusión, primero hay que equivocarse, es decir, hay que vivir en la sombra. En un artículo de la revista Symbolos leemos:


"Regresar a la Luz presupone un recorrido por todo el velo de oscuridad que la individualidad ha ido desplegando a lo largo de su ‘existencia’. Quien verdaderamente busca la luz, tarde o temprano se verá sumergido en la oscuridad, torturado por la ausencia de aquélla, sometido a un vaivén de corrientes alternas que acabarán por fundirlo. Esta fusión, o esta unión, será preludio de la Luz."(10)


El que busca la luz ha de reconocer el estado de caos, invertido con respecto al Caos, en el que se encuentra en cuanto ser caído, expulsado (aunque solo aparentemente) del paraíso, en cuanto hombre que vive en la edad sombría, en el punto más alejado del centro, que no es otra cosa que el error. Y una vez reconocido ya está listo para recibir en su seno el rayo luminoso de la inteligencia.


A veces me pregunto "¿Qué es todo este mundo subterráneo que poco a poco se desvela ante nuestros ojos? ¿Qué hago yo bajando al subsuelo de Barcelona y experimentando todas estas situaciones tan extrañas?". Y entonces se me ocurre que no sé exactamente que está pasando, pero estoy segura de que algo está pasando, algo que no se puede contar, que está más allá de los acontecimientos del día a día y que sin embargo tiene mucho a que ver con ellos. Y entonces me acuerdo nuevamente de la obra En el tren de Federico González y pienso: "Yo no sé si tengo eso, pero estoy aquí, en la fila".(11)


Interior de la cueva


En realidad todo esto tiene que ver con la iniciación, de la que Dioniso es también dios, que es el entrar en un mundo nuevo, que no está fuera de nosotros. El símbolo no es externo, uno tiene que reconocerlo en uno mismo para que se realice la obra, para acceder a unos ámbitos de la conciencia supraindividuales. De esto se trata cuando se baja al mundo subterráneo: de "poner el símbolo en acción"(12), de hacer el rito que representa esta purificación del alma, proceso que se hace en uno cuando reconoce en sí mismo sus densidades, cuando se ve reflejado en ellas, comprendiendo así lo que uno no es, poniendo nombre a esa máscara. Solo así podemos realizar ese "proceso en el que se utiliza lo que sirve y se deshecha lo otro."(13)


Cruzando la puerta de los hombres, uno emprende un camino que, con recta intención e invocando a la Voluntad, lo llevará al centro del laberinto, a la caverna, donde se unen los contrarios, para empezar el ascenso vertical en los estados superiores del Ser. La iniciación comienza con este descenso en la oscuridad, donde uno luchará contra sus egos, pero es en la más honda oscuridad que brillará la luz más brillante.


En el día de san Juan se celebra la iniciación en los Misterios Menores quemando al hombre viejo. Allí se muere a un plano y se renace a una nueva realidad, que sin embargo es apenas el comienzo de otro viaje que nos llevará a reiteradas muertes y resurrecciones. Meditando sobre el embarazo y el dios Jano, pienso que estoy, como dice Dante, "nel mezzo del cammin di nostra vita", y por tanto en "la selva oscura". Intuyo que, en cierto modo, yo soy el punto de enlace entre esta nueva vida acogida por mi matriz y la de mis progenitores, como si se cerrara un círculo que en el mismo instante vuelve a abrirse. Así, me siento parte de un ciclo perenne en el que extrañamente participo y no participo a la vez, es decir, en el que mi individualidad solo es funcional al fluir de la manifestación. Soy madre e hija a la vez y encarno en mi misma el futuro y el pasado, pero la semilla de inmortalidad que llevo dentro de mi simboliza el punto central, el Principio de la manifestación, que no es ni futuro ni pasado, sino el eterno presente. Esa semilla dará lugar a un nuevo ser, que se expandirá para luego ser reabsorbido en su Principio, representando así la vida de un ser en el teatro de la vida, que simboliza la vida del Ser, que, manifestandose simultáneamente en el tiempo lineal, cíclico y atemporal, es ahora y siempre, porque "siempre es ahora".(14)


Cuanto más leo sobre Dioniso y el simbolismo a él asociado, tanto menos sé y tanto más quiero leer. Y me doy cuenta de que este es un proceso que no se acaba, cuya dimensiones "se pierden en lo indefinido".(15) Porque todo está ligado, todo forma parte de la Unidad, todos los símbolos son facetas del Todo, por tanto siempre se puede seguir investigando. Así que, aunque uno siga estudiando el cosmos, será para darse cuenta, cayendo y levantándose, rectificando, de que la dualidad es espejo de la Unidad, y que esta es la manifestación del No Ser. Dioniso, el dios multifacético, nos ayuda en este proceso alquímico de conjunción de los contrarios. Es un dios ambiguo, dios del inframundo, pero también celeste, dios femenino, acuático, pero también principio creador, ígneo y expansivo como el azufre. Es también psicopompo, como el dios Hermes, y así como éste lleva el caduceo, Dioniso lleva el tirso alrededor del cual se enrosca la hiedra, símbolo de la espiral a través de la cual uno regresa a la Unidad. Así, Dioniso es tanto símbolo de las dos corrientes, como del eje, ya que a él está relacionado el falo primordial (uno de sus nombres es el Pilar), que se yergue para fecundar el alma virgen y llevarla a la reabsorción en la Unidad, a su desenmascaramiento.


Como decía al principio, cuando uno está atento, aunque no entienda exactamente lo que pasa y solo lo intuya, se da cuenta de que las cosas pasan mágicamente y según un orden, es decir que los procesos que se desarrollan en el corazón de uno mismo se reflejan también en los acontecimientos de la vida. Lo cual se comprende si pensamos en que la multiplicidad es el reflejo invertido de la Unidad, y que el cosmos es una red, un tejido en el que todo, tanto lo visible como lo invisible, está conectado.


Entonces hay que recordar que todos estos binomios, futuro y pasado, luz y oscuridad, vida y muerte, vertical y horizontal, son símbolos de una realidad oculta y misteriosa y, por ello, como dice Pico della Mirandola, no solo hay que despreciar, una vez conocidas, "las cosas de la tierra" sino que también hay que desdeñar "las del cielo", y abandonar "todo lo que está en el mundo" para volar "a la sede hiperurania próxima a la sumidad de Dios".(16)


Salida de la "Cueva de los Enanitos"


Notas

(1) Otto, Walter F., Dioniso. Mito y culto, Siruela, Madrid, 2006. (Retorno a texto)

(2) Otto, Walter F., op.cit. (R)

(3) Otto, Walter F., op.cit. (R)

(4) González, Federico, El Tarot de los cabalistas. Vehículo Mágico, Kier, Buenos Aires, 1993, pág. 109. (R)

(5) Otto, Walter F., op.cit. (R)

(6) González, Federico, Noche de Brujas, Symbolos, 2007. (R)

(7) Otto, Walter F., op.cit. (R)

(8) González, Federico, En el tren, en Tres Teatro Tres, Libros del Innombrable, Zaragoza, 2011. (R)

(9) ibidem. (R)

(10) Espín, Mª Victoria, “La iniciación femenina”, en Lo femenino-la mujer, revista Symbolos 27-28, pág. 216. (R)

(11) González, Federico, En el tren, en Tres Teatro Tres, Libros del Innombrable, Zaragoza, 2011. (R)

(12) ibidem. (R)

(13) ibidem. (R)

(14) ibidem. (R)

(15) ibidem. (R)

(16) He puesto entre comillas lo que he traducido del texto en italiano de Pico della Mirandola, Giovanni, Oratio de hominis dignitate, a cura di Eugenio Garin, Edizioni Studio Tesi, Pordenone, 1994, pág. 13. (R)


Atracciones Apolo y Estación Gaudí



Ayer, por decirlo de alguna manera, ya que sería tan válido hablar en pasado como en presente o futuro dada la atemporalidad que signa nuestro trabajo, vivimos otra faceta de nuestro viaje que, aunque adopte aspectos diferentes, es siempre el mismo, como plantea el guión por el que avanzamos sin prisa ni pausa:


"– No sé si puedo creer en un viaje sin destino – dice un personaje. ¿Verdad que vamos a algún lado, o no vamos a ninguna parte?


–  Yo no estoy tan segura, responde otro.


– Pienso que soy el tren, el viaje, y que ese es el destino, afirma un tercero resolviendo el enigma."


Nos sumergimos una vez más en las entrañas de la tierra, esta vez atravesando una puerta invisible en un anodino pasillo del metro de la estación de Paralelo, a medio camino entre la horizontal y la vertical, pues desde ahí asciende el funicular hacia lo alto de Montjuïc, montaña mítica donde comenzó todo este periplo. "Vuestro destino es el origen", parecía oírse a lo lejos, o quizás era una voz interior.


Una vez más el centro, en otra de sus múltiples versiones o descripciones que hacen el viaje más ameno, sin olvidar que detrás de todo ello se esconde la pérfida Metis. Esta aparición nos incita hacer un pequeño aparte para preguntarnos por qué sobre la diosa tiene un papel en este episodio de nuestro viaje. De hecho, Metis simboliza la astucia y la mentira, rasgos que por cierto comparte con Hermes, pero también la prudencia, lo cual nos es muy útil en este viaje por el inframundo. Como buenos aprendices de lo hermético, nos acogemos a la diosa, bien atentos sin embargo a lo que se oculta tras las apariencias… ¡pues no olvidemos que al fin y al cabo Metis es la madre de Atenea!


Volviendo a nuestro relato, encontramos al fondo del pasillo una gran sala prácticamente vacía, iluminada por potentes focos, lo cual nos sorprendió ya que teóricamente debía estar totalmente oscuro. Era como si nos estuviesen esperando.



Grandes surcos la atravesaban, destinados en su día a aparcar los vagones del funicular para hurgar en sus entrañas. Al fondo se divisaba una fragua abandonada hace años, aunque la energía de Hefesto se hacía patente a través nuestro, acostumbrados a trabajar duramente los metales de nuestra propia oscuridad. El divino cojo seguía atizando el fuego para que nuestro vehículo pudiera ascender a la sumidad de la montaña en la que empezaron hace años nuestras andanzas.


De repente, nos encontramos frente a las vagonetas en las que viajamos durante tanto tiempo con esa "eterna" esperanza que nos caracteriza, arrinconadas y polvorientas como momias profanadas en un hipogeo, y separado el vagón de cola donde morimos antes de volver a emprender el viaje en un nuevo vehículo. Curioso anacronismo que desestructura la memoria lineal alentándonos a saltar una vez más fuera del tiempo.


¡Qué distinto es ver las cosas desde el otro lado! El vagón de cola, tan familiar ya para nosotros por dentro, donde vivimos cada sábado las contracciones y expansiones propias de nuestra, por así decirlo, auto-gestación, tenía por fuera la apariencia de un monstruo diabólico que ahora, con la soga al cuello, hasta nos podría parecer enternecedor. Aunque nadie se atreviera a quitársela, por si acaso…



Contra una pared del fondo descansaban amontonados los plafones que decoraron durante los años de nuestra niñez unas atracciones que hacían las delicias de los más mayores y el horror de muchos niños, quienes adivinaban en la horrenda bruja que aparecía ahora frente a nosotros las peores intenciones. Una imagen que acecharía durante años mediante horribles pesadillas advirtiéndonos de los peligros de una mente indómita.



Mágicamente apareció ante nosotros unos metros más allá, como queriendo dar continuidad a estos pensamientos, una enigmática inscripción en la pared: "Cada cosa en su sitio y un sitio para cada cosa", frase tan reiterada últimamente y sin embargo siempre tan significante… El orden y la jerarquía, inseparables compañeros de viaje que se hacen en uno para fijar el rumbo interno, que más tiene que ver con asirse al mástil, como Ulises, es decir a la idea de la verticalidad, que con algo que esté fuera, y que en todo caso repele esas humedades pútridas que nos aprisionan en el oscuro laberinto de la mente.


Antes de cambiar de nuevo de escenografía, uno de nosotros, aparentemente movido por los caprichos de la memoria, no pudo resistirse a subir una vez más en aquella vagoneta que un día fuera del tiempo le llevó a descubrir espacios interiores del alma vetados al resto de profanos que no podían ver de aquel viaje más que lo que les rodeaba.


Y es que en el viaje se funden pasado y futuro en un presente siempre vivo que se consume a sí mismo continuamente, pareciendo siempre nuevo. Recordamos a Jano, cuyo rostro central invisible es la puerta que buscamos.



Nuestro trabajo es cruzar esas puertas que nos abren desconocidas instancias del Ser y nos permiten conocer los límites de lo ilimitado: "Hemos agregado un sueño más al sueño general, hemos hecho una obra de teatro dentro del teatro, que en eso consiste la naturaleza del ser humano y el trabajo para lograr autogenerarse, o sea, para hacerlo; asimismo es para nosotros el límite a lo ilimitado, donde se marcha hacia la nada, hacia la absorción absoluta de lo algo, en la instantánea vorágine de un proceso en el que se utiliza lo que sirve y se deshecha lo otro, como en la digestión, y se permite así la existencia al transmutar lo nutriente y dejar que lo que era materia se transforme en aliento y vida, en otro plano, del que se ignora de modo completo como estará constituido, en definitiva, qué es lo que es, o será."


Deshacemos lo andado, siempre siguiendo el Hilo de Ariadna que nos guía por el laberinto, de la periferia al centro y del centro a la periferia, renovados, aunque todavía no conscientes de ello, para seguir viaje, agregando nuevos sueños al sueño general. No conscientes de ello porque uno vive el presente como un absoluto, y es sólo tomando una distancia desde el punto de vista vertical que promueve el símbolo del laberinto, como un salto de nivel, que uno toma conciencia de las transformaciones que ha sufrido durante el periplo.


Sin embargo no se trata de un "suma y sigue", ya que, como solemos decir "el todo no es la suma de las partes". Estas incursiones en el no-tiempo son facetas de una misma realidad que se unen en una trama y urdimbre que es la propia estructura del Ser. Así, conocer y ser son una misma cosa.


La siguiente puerta que atravesamos nos llevó de nuevo a las entrañas de la tierra, otra vez al centro, fuera del tiempo, a un estado del Ser donde todo es posible, pudiendo comprobar en nuestros "guías" que quien desconoce esa posibilidad no tiene por ello acceso a ella. Las puertas que acabábamos de atravesar no eran más que puertas cerradas con llave (o "clave" para nosotros) que separan un espacio público de espacios de uso interno de TMB. Para nosotros, en cambio, la puerta significa el paso de un estado de conciencia a otro. Nos adentramos por el pasadizo, bordeado de puertas. El escritor nos avisó en su día que en cualquier momento podía manifestarse Samael, al que ya conocíamos pues años atrás fue invitado a Noche de Brujas, nuestra primera obra, a pesar de lo cual, el repentino golpe de una de las puertas nos cogió totalmente por sorpresa.



Nuestros guías, que desde la anterior visita andaban escamados con nuestras insistentes preguntas "fuera de lugar", hicieron caso omiso, intentando desviar nuestra atención sin éxito, pues el hecho se repitió por tres veces, por lo que a la tercera no tuvieron más remedio que abrir, comprobando ante su incredulidad que la puerta por la que decían se colaba la corriente de aire responsable de los golpes estaba sellada. El aire nauseabundo del interior de la sala nos echó para atrás, por lo que no tardamos en salir y echar de nuevo la llave a aquella caja de Pandora.


Ya nos habían avisado que la estación fantasma de Gaudí, así llamada porque se encuentra al pie de la avenida del mismo nombre, se hallaba afectada por varios bajantes de edificios colindantes de los que ni el Ayuntamiento ni el TMB se querían hacer responsables, aunque como el escritor nos había sugerido visitar las cloacas, nos pareció totalmente ad-hoc.


Por el contrario, el andén de la estación fantasma no parecía exhalar ninguna fetidez, y aunque esperábamos lo peor, nos resultó bastante acogedora. Nos quedamos allí expectantes, sumidos en una semi-penumbra y en un extraño silencio, sólo interrumpidos por el paso intermitente de los metros que se alternaban hacia una dirección y su contraria, uniéndose en ese mismo punto en el que nos hallábamos, intentando comprender qué papel nos tocaba interpretar en aquella intersección.



Pasaban los vagones llenos de gente indiferente, absolutamente inmersa en sus pensamientos, ignorando que estaban siendo observados desde nuestra posición privilegiada. ¡Qué curiosa situación aquella! Nosotros inmóviles, en el centro de la rueda, y ellos pasando a toda velocidad, convencidos de estar yendo a algún sitio. Uno de nosotros recordó aquella frase: "No vamos a ningún lado, sólo nos movemos a toda velocidad", que prosigue: "de hecho estamos en las venas y arterias de un hombre gigantesco. Es más, nos transformamos constantemente para poder navegar en sus fluidos y correr la suerte de ellos."



En realidad, éramos nosotros mismos los que estábamos en esos vagones. Nos reconocíamos en aquella gente aún encontrándonos en la situación opuesta, y esa vivencia nos impedía movernos, intentando digerir la paradoja, dejando que se reiterara una y otra vez, embelesados con una idea que integraba en vez de separar (Amor omnia vincit).


Mientras tanto, una voz en off, interior, recitaba calladamente: "Rueda, rueda que te rueda, rueda, el mundo, rueda que te rueda, aunque cada día es diferente, pues todo es cambio y movilidad."



Estaba claro que no podíamos compartir estos pensamientos con nuestros profanos acompañantes, que sin embargo parecían tan atrapados por la experiencia como nosotros…


Nos despedimos de ellos, no sin quedar para un próximo encuentro, esta vez para visitar otras dos estaciones fantasma, de nombre "Correos" y "Banco", a las que seguro nos acompañará encantado Hermes.


Y… "así puros y sin contaminarse regresamos a nuestros verdaderos hogares. Una vara desmedida de esperanza es lo que somos. Un retorno al palacio de la sabiduría, aquello que es imposible de contar, de medir o de pesar."


Pitonisa



Como aprendices de Panludo, avanzamos cautelosamente por el tablero, tanteando torpemente con el bastón para evitar caer en las múltiples trampas ocultas tras el espejo en el que se reflejan nuestras proyecciones, ya caducas. Seguimos avanzando sin caer en la cuenta que el espejo por fin se rompió.


Cada vez más señales. ¿Cómo nos lo tienen que decir para que paremos de una vez y miremos donde tenemos que mirar? "Shema Israel", dice la oración, "Escucha Israel", pero no con el oído externo sino con el interno: "escúchate a ti mismo, en ti está la respuesta".
Porque tiene que haber una lectura superior en todo, para eso venimos aquí, "a comernos el rollo", como dice Ezequiel.


- "Yo estoy aquí, en la fila", dice humildemente Julia.


- " valentía, generosidad, paciencia, sabiduría…" se oye recitar a Josefina.


- "Siempre atentos", añade la Instructora, pieza clave de todo este rompecabezas.


- " debemos practicar constantemente, permanentemente alertas para desentrañar el significado de los símbolos", de nuevo la voz de Josefina.


La instructora se está echando las cartas. La tirada de la cruz. Hermes la vigila de soslayo, divertido… En medio aparece la Sacerdotisa, el libro abierto sobre el regazo, invitándonos a leer en él.


Cómo cuesta poner en palabras la vivencia del Misterio. Uno lo vive con tal intimidad, que no le queda sino concentrarse en el silencio que le recoge y le arropa, haciéndose uno con la nada.


Silencio. Cuántas veces hemos encontrado la palabra "mudo", "silencio", "retiro" en nuestros encuentros con la Torah. Shema Israel. Torah, Tarot, Rota…


- " constantemente gira la rueda de la fortuna, y no hay nadie que esté fuera de ella…", sigue diciendo la instructora.


Hermes sonríe para sus adentros.


La Sabiduría, la Serpiente, el Ouroboros. ¿Dónde nos quiere llevar?


Nos dejamos llevar por ella…


¿Por la Sabiduría? ¿Por la serpiente? ¿Quiénes son esas mujeres? ¿Qué tienen que ver con la Pitonisa? ¿Qué estamos buscando?


¿Qué estamos buscando?


Acabamos nuestro periplo en el centro del mundo, en ese momento bajo la forma del Fossar de la Pedrera. A un lado el cementerio judío, al otro, el masónico, ambos bajo nuestros pies, en ese mundo subterráneo que nos toca recorrer, explorar, y hasta violentar para que se nos abran sus puertas. Y tres personajes en el medio, leyendo el libro sagrado, sin entender todavía por qué estamos allí.


Pero la respuesta siempre llega al valiente, generoso, paciente y sabio. Es decir a esa parte valiente, generosa, paciente y sabia que se encuentra en cada uno de nosotros al otro lado de la cobarde, egoísta, impaciente y lerda que uno consigue dejar atrás en estos viajes cuando la intención es la correcta.


Es simple y llanamente la vivencia de la plenitud del Uno cuando se cumple lo que se tenía que cumplir, a sabiendas que uno no es ahí más que una caña hueca a través de la cual el Espíritu ha penetrado para fecundar el Alma Universal en aquel punto que se convierte en el centro del mundo.


La certeza de que uno está donde tiene que estar, en el centro, a donde ha llegado siguiendo todas aquellas pistas dejadas por Hermes, que siempre nos acompaña en este viaje, junto con Atenea, como hicieron ambos con Ulises, sin interferir más que en algún momento clave para asegurar su éxito.


Hermes mira hacia arriba, con los brazos cruzados. ¿Qué mira? ¿Qué ve que nosotros no vemos?


Todo se desarrolla en un plano invisible que no podemos ver pero sí intuimos. "¡Las puertas!", nos insta el escritor.


Recuperamos un viejo escrito, relato de otro de nuestros viajes, donde la puerta es protagonista. De nuevo Hermes. El 8. Seguimos con la lectura en aquel lugar entre el cielo y la tierra, encarado al sur, como indicaba una de las pistas. Invocábamos a aquellos que yacían allí para recordarles su estirpe única, tal como ocurría con nosotros, estudiantes de Cábala y Masones. Detrás nuestro, una palmera, el eje por el que descendimos y volvimos a ascender.


Plenamente conscientes de nuestra condición de guardianes de la Tradición, y con la convicción de que se había realizado algo en lo invisible, volvimos a nuestros hogares, es decir, a recogernos en nuestro interior para meditar sobre todo lo que había pasado, tan misterioso.


De nuevo la Sacerdotisa, imagen misma de la Sabiduría. Mira y calla. También Hermes, esta vez instándonos al silencio. Realmente, algo se había hecho allí, y por tanto también en nosotros, pero ¿cómo expresar lo inefable?


Pero la consigna sigue vigente y es bien clara: buscar a la Pitonisa. Y uno sigue preguntándose, pues sabe que nada es lo que parece. La Pitia, la voz de la verdad, siempre ambigua pues refleja la paradoja de la existencia. Planos simultáneos. Ciudades simultáneas, laberintos simultáneos: arriba y abajo. Dentro y fuera, luz y oscuridad. Los vericuetos del alma, lo femenino: ahí hay que buscar, le susurra al oído la Sacerdotisa a la Instructora, quien sigue interpretando la tirada, donde un colgado indica la dirección a seguir.


- "Vuestro destino es el origen"…, dice misteriosamente una voz en off.


Todas esas mujeres que hablan sin saber que lo que sale por su boca es a nuestros oídos el propio oráculo, pues es obvio que nuestra invocación ha llegado al otro plano, y que la respuesta brota por su boca.


El mensaje nos habla nuevamente de retiro, de recogimiento, aunque esta vez también de muerte y renacimiento. Es una confirmación de todo lo que hemos estudiado, pero también es una llamada al orden, pues el plazo se acaba.


- "Ahora o nunca", parece decir el oráculo.


- "Siempre es ahora", grita Enrique desde el tren, que pasa ante nosotros a toda velocidad.


Parece paradójico, sin embargo... Aquellas puertas que estaban abiertas de repente se van cerrando. Todo un recorrido subterráneo que otrora era recorrido por iniciados, guerreros y personajes de diversas índoles sufre colapsos accidentales o es tapiado adrede para impedir, al fin y al cabo, que se pueda alcanzar el centro. Pero, al igual que ocurre con la Pitonisa, no son los encargados municipales, los arqueólogos o los propietarios de los inmuebles por los que se accede a ese mundo oculto los verdaderos responsables, sino que todo ocurre en ese otro plano que cada vez se hace más patente. Porque el verdadero recorrido es interior. El mensaje es preciso: recogimiento, introspección. Tal nos induce la Sacerdotisa, la Sabiduría, desde el segundo arcano del Tarot que se encuentra en el centro de la cruz, en el centro del mundo, como uno mismo, pues ese personaje está en nuestro corazón. Es uno mismo, desnudo de todo condicionamiento mundano, en actitud de recibir y de dar - o más bien devolver, como intermediario entre lo divino y lo humano.
La Sacerdotisa, la Pitonisa, la Tradición, la Sabiduría, uno mismo.


- " efectuar los ritos, de eso se trata, pero su proyección es indefinida, inmensa y siempre, que necesariamente, como un boomerang, ha de retornar a uno mismo, al Uno Mismo", dice Alberto.


- "Yo soy tú", le confiesa finalmente la Sacerdotisa a la Instructora. Hermes asiente.


Recuerdo lo que nos decía hace poco el escritor sobre la identidad entre ser y conocer.


Sabemos ahora que la Pitonisa se halla en nuestro corazón. Allí ha estado siempre, esperándonos, pacientemente, aunque por su apariencia, parece quedarle poco tiempo. 86 años, le confiesa que tiene a la Instructora, a la que también le dice que va a morir pronto.
La muerte, necesaria para atravesar la puerta del 8, o del 13, según se mire, desde donde Hermes nos tiende una mano de esqueleto que nos llevará a la siguiente casilla de este misterioso Panludo: la 14, símbolo del renacimiento, siempre y cuando accedamos a esa condición sine qua non. No hay renacimiento sin pasar por la muerte.


- "Sin paso por el infierno no se hace el camino del cielo", nos confesó el Diablo hace ya unos años.


Tampoco se llega al centro del laberinto. Ese pozo negro por el que descendemos, bajando por aquella escalera de caracol que invisible se abre a nuestros pies alrededor de la cual gira a toda velocidad un juego de prismas en el que podemos ver todas y cada una de nuestras facetas, desdibujadas por la fuerza centrífuga que las despide hacia fuera, pues allá donde ahora nos encontramos no tienen sentido.


Y se repiten como un eco estas últimas palabras: "donde nos encontramos"… ¿Quién decía que no habíamos encontrado lo que buscábamos? La escalera de caracol sube y baja dentro nuestro, alrededor de nuestra propia columna, de nuestro pilar central.
Una pausa.


- "Vuestro destino es el origen", dice la voz en off.


Perderse para encontrarse. Y mientras tanto, buscar, siempre buscar.


- "Les recuerdo lo que decíamos hace un rato. Me refiero a al término de Basilio Valentino VITRIOLO que significa 'visita el interior de la tierra y rectificando encontrarás la piedra oculta'", dice Minnie.

Mientras tanto, a este lado, todo se vive como un juego. Resuena desde el otro lado la voz de Enrique, serena pero rotunda:


- "¿Cuál juego? Esto es una ceremonia".


- Un juego sagrado, añade la voz en off, que siempre resuelve el acertijo por la unión de los contrarios.


Y nos vienen a la memoria las palabras de Roxana, quien mirando al frente con cara de póker afirmaba:


- "No es tan importante ser un gran jugador sino comprender la profunda jerarquía intelectual que este juego posee, eso es ser un gran jugador de panludo".


De nuevo en el centro. A quién se encuentra uno aquí sino a uno mismo, desnudo para poder atravesar puertas cada vez más estrechas. Aunque uno no cae en la cuenta que ha ido dejando atrás su vestimenta, su piel, su nombre, su identidad, hasta mucho después, una vez todo aquello ha empezado a actuar a través de uno.


Es entonces cuando empieza el verdadero viaje.


Subiendo, bajando… "Hacia adentro", nos susurra la Pitonisa.


Un viaje con la conciencia que nos lleva por el dédalo, esta vez abierto de principio a fin, atravesando todos los obstáculos sin dificultad, como el éter.


Volvemos a atravesar la puerta, esta vez conscientes de ello.


Abrimos puertas hasta entonces cerradas, volvemos a subir, a bajar, a subir de nuevo; penetramos siempre más adentro, ya fuera de todo peligro, pues somos nada.


- "Siempre es ahora", vuelve a decir Enrique. Aunque quizás sea la primera vez que lo dice… No, ya pasamos por aquí antes, pero es como si fuera la primera vez. ¡Es la primera vez, porque nosotros ya no somos aquellos!


- "Siempre es ahora", repite pacientemente Enrique, guiñando el ojo con simpatía.


Link al vídeo de la obra En el Tren


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Primavera 2013

Los textos que presentamos en esta actualización son la entrada "Barcelona" del Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos de Federico González Frías y el capítulo "Monasterio de Pedralbes" del libro La Barcelona subterránea de Mireia Valls.


Barcelona


L
a fundación mítica de Barcelona es atribuida a Heracles (o Hércules), hijo del olímpico Zeus y de la mortal Alcmena, del linaje de Perseo al igual que su marido, Anfitrión.


Dice la leyenda que Heracles navegó hasta la península Ibérica con nueve barcas, una de las cuales, la novena, recaló en las costas de levante. En el lugar donde se encontraba esta barca, Heracles hizo construir una ciudad nueva a la que se denominó barca nona (Barcelona). Desde este punto, Heracles emprendió el viaje de regreso a Grecia". (Hermes y Barcelona, Cap. I. Libro dedicado a Federico González como guía intelectual de los miembros del C.E.S. de Barcelona).


"Pues al regresar (Hércules) de sus viajes y de la guerra de Troya, recaló con los argonautas en la costa catalana, y tal como había prometido fundó la ciudad a los pies de Montjuïc, y la colonizó con los pocos soldados que habían quedado en la barca novena (…)


(…) Es una montaña (Montjuïc) por la que corren las aguas, tanto las de la lluvia (aguas superiores) como las subterráneas (aguas inferiores). Una tierra, un espíritu, donde la Tradición fija un pueblo en el mismo monte durante un tiempo, y más tarde en la planicie, que él antaño procuró, y donde sus casas, templos y murallas se edifican con la piedra igualmente extraída de él (…)


(…) Y he aquí que desde una visión sagrada de la existencia y siguiendo las huellas que la historia y la geografía nos han ido dejando acerca de este cerro, descubrimos que Montjuïc es un espacio significativo, un pequeño todo, una montaña sagrada."
(Federico González, Defensa de Montjuïc por las Donas de Barcelona. Cap. I).


"Hay huellas de Hermes en la historia de Barcelona, en su fundación mítica –a través del héroe civilizador–, pero también en todos los tiempos. La ciudad se construye y administra por medio de artes transmitidas por el dios Hermes a los hombres aunque éstos hayan llegado a desconocerlo, y cada edificación o acto de gobierno revelan, en su sentido más profundo, a esta deidad intermediaria y esquiva. Además, por causas que escapan a lo racional y previsible, la vinculación de Hermes con Barcelona se ha expresado de una manera especialmente palpable, hasta se diría que gráficamente, en una determinada coyuntura histórica de la ciudad.


Situémonos en los inicios del siglo XIX. En esa época, la mayoría de las ciudades españolas seguían conservando sus murallas medievales, pero el intenso crecimiento poblacional que algunas experimentaban imponía en ellas el tránsito a un nuevo modelo urbanístico, hecho signado por el derribo de las viejas murallas. De entre las grandes realizaciones de reforma llevadas a cabo durante esa época fue el plan elaborado por el arquitecto Ildefons Cerdá para Barcelona el proyecto más espectacular. Diseñado alrededor del antiguo núcleo gótico, el conocido Eixample extendió la ciudad varios kilómetros a lo largo de su costa y hacia la sierra de Collserola, gestándose así la nueva ciudad, que integraba en su proyecto a la Ciudad Antigua (Ciutat Vella). Este impulso promocionó enormemente las relaciones e intercambios humanos de toda índole entre Barcelona y el resto de Europa, y sobre todo con América, estableciéndose en ese periodo un intenso comercio de ultramar. Barcelona imbuida por ese espíritu expansionista y renovador, se abre popularmente a la cultura. Nacen una multitud de cafés que acogen tertulias en las que se habla de literatura, de ciencia, de política, de filosofía, de música, de poesía, de arte, de teatro, de la industria y del comercio. En definitiva, estos cafés eran auténticos centros populares de información y comunicación de ideas y novedades, siendo en ellos donde se gestan y promocionan los negocios, entre ellos gran número de editoriales, periódicos y revistas. No es pues casual que esa ciudad renaciente tomara como símbolo de su emergencia la figura del dios Hermes-Mercurio, el mensajero divino, intermediario entre los dioses y los hombres, a los que comunica las ideas, las artes y las ciencias, siendo por su intermedio que Barcelona está ligada a su tradición más ancestral, la tradición de Hermes, la que, llegada a través de Egipto, Grecia y Roma, nos conecta con un pensamiento primigenio y universal, el mismo que ha forjado desde antiguo el alma de Occidente. Como nos dice Federico González: 'La Tradición Hermética es, pues, una forma de la Tradición Unánime, universal y primigenia –adecuada al ropaje histórico y a la mentalidad de ciertos pueblos y ciertos seres– que se ha manifestado aquí y allá, conformando y organizando su cultura y la civilización.' (Federico González, La Rueda. Una Imagen Simbólica del Cosmos. Barcelona, 1986).


Cabe advertir en esa invocación generalizada para atraer la influencia de Hermes (constatada en los muchísimos documentos impresos donde se plasmó su figura, como es el caso de la propia moneda, las acciones del Metro emitidas en esa época, grabados, forjas, vidrieras, cerámicas, esculturas y bastantes otras muestras que podríamos enumerar donde se representa la figura del dios o bien sus atributos) que, en este periodo de refundación de la ciudad, la Tradición Hermética, sus símbolos y mitos estaban aún presentes entre las gentes y sobre todo entre aquellos que de alguna manera participaron con más vigor en la creación de la nueva Barcelona…"
(Hermes y Barcelona. Cap. I).


Es muy importante destacar que por debajo de la ciudad visible se encuentra otra subterránea que, conformando un inmenso laberinto oculto anima y ha animado a este conjunto misterioso –en parte aprovechado por el hombre, que incluso lo ha reconstruido– transitado por la pitonisa del Montjuïc y su escuela, ya que son un puñado de mujeres, las que recorren profetizando y dando vida a estos oscuros ámbitos, que nos acechan, las que, por otra parte, nos darán las claves para beber el agua en sus fuentes y poder salir del laberinto.


Monasterio de Pedralbes


El nombre de Pedralbes viene de "piedras albas o blancas". Aquí se erigió, en el 1326, un bello monasterio y residencia real, ya que Elisenda de Montcada, la cuarta esposa de Jaime II, decidió retirarse a estos lares tras la muerte del rey, haciendo donación póstuma de todos sus bienes a la comunidad de las Clarisas, que desde entonces han vivido ininterrumpidamente entre estas piedras silenciosas.


El monasterio siempre ha tenido agua en abundancia, y hasta hace muy pocos años se abastecía exclusivamente con la que bajaba de las minas de la sierra. Al saber que una de ellas seguía activa, y la usaban en la actualidad para el riego y el saneamiento, aunque ya no la bebían, nos pusimos en contacto con la empresa que se encarga de su mantenimiento, y pudimos realizar este nuevo descenso al interior de la tierra.


El director técnico nos esperaba en lo alto de la calle, y al ver nuestro coche nos vino a saludar con gran simpatía, como si nos conociera desde siempre. El y un operario nos condujeron hasta la ubicación del primer orificio, que habían tenido que desbrozar pues estaba cubierto de maleza, y allí nos dispusimos a iniciar la incursión.


Esta vez nos tocó enfundarnos unos monos impermeables y usar linternas frontales para quedar con las manos bien libres, y al vernos así, más parecíamos de la misión del Apolo XI que unas espeleólogas dispuestas a adentrarnos en el vientre de Gea.


Y sin más preparativos que nuestras invocaciones silenciosas, y las indicaciones precisas del guía que nos advirtió del peligro de beber las aguas subterráneas, pues podían estar contaminadas por vertidos de las edificaciones superiores, nos sumergimos en los dominios de Hades y de la joven Perséfone, de Hécate y de la Gran Madre, confiando plenamente en el conductor de las almas en su viaje por el inframundo, Hermes, el mistagogo y psicopompo, guardián e iniciador en los misterios de la vida, la muerte y la resurrección.


Abajo nos aguardaba una cueva pequeña y recogida, como un universo en miniatura o una matriz húmeda y cálida, en la que empezamos a sudar y a mancharnos de barro y agua, en medio de una oscuridad solamente iluminada por las luces que llevábamos con nosotras, lo cual nos pareció significativo y nos recordó que todos los héroes o deidades del inframundo, y aquellos humanos que se aventuran a estos descensos, portan siempre consigo una antorcha, símbolo de la luz incombustible que anida desde siempre en el centro de su ser.


El silencio era envolvente, sólo roto por el repiqueteo del agua que caía de un caño situado a la derecha, pero de pronto vimos que también manaba el líquido vital por detrás de la negra roca que cerraba el ábside natural del recinto, formando un riachuelo en el que crecían unas raíces totalmente blancas, que más bien parecían cabelleras, o nervios o tendones.


Por las orillas, había también caracolillos blancos, arena fina y hasta unas chispitas metálicas doradas que parecían pepitas de oro. Una de nuestras amigas lo iba inspeccionando todo con sumo cuidado, pasando la linterna muy cerca de las paredes sudorosas, escudriñando palmo a palmo los recodos de la recoleta caverna, en la que nos tuvimos que mantener todo el rato de cuclillas, en una postura casi fetal.


Mas luego observamos unos tonos rojizos, magentas y marrones, que daban a las piedras la apariencia de órganos en formación dentro de este útero de la montaña, aunque también se podría ver como que se descomponían, o las dos cosas a la vez, pues no hay un nuevo nacimiento sin pasar primero por la disolución o la putrefacción. Y en otro rincón, unas formaciones pétreas se presentaban como estrechos canales de paso, carnosos y con mil sinuosidades, a través de los cuales se iría deslizando y empujando esta nueva criatura en gestación que ansiaba caminar hacia la luz.


Para renacer. Así es como vivimos toda esta aventura en la mina de Pedralbes, y una de la integrantes nos comentó que al salir al exterior le había venido inmediatamente a la memoria la apertura del techo de las Kivas de los indios de nuevo México. Así lo redactó posteriormente:


Estos recintos sagrados circulares o semicirculares en forma de una D construidos por los indios Pueblo de Norte América, parcial o totalmente bajo la tierra, eran centros ceremoniales donde se llevaban a cabo reuniones, ritos y prácticas de culto. Se efectuaban iniciaciones, danzas sacras y cantos invocatorios durante ciertas épocas del año, y se reunían allí para fumar la pipa sagrada.


Los hombres entraban y salían de ellas por una escalera de madera que llegaba hasta el fondo del recinto, que era introducida por un agujero rectangular en el techo por el cual también salía el humo del fuego. En su interior, a un lado del fuego central, había un pequeño hoyo en la tierra, llamado sipapu, una especie de ombligo que les unía con sus orígenes y Madre, y por donde se dice primero emergieron los ancestros para entrar a este mundo.


S
e podría pensar que la función de ciertas kivas, en las que aún hoy se siguen celebrando ceremonias y ritos por los Hopi y otros indios Pueblo, es análoga a la de las cavernas y cuevas que siempre han sido consideradas espacios sagrados – tal las de las pitonisas del oráculo de Apolo –, y por ello utilizadas como sitios de culto e iniciación por distintas culturas y tradiciones de todos los tiempos. (L. H.)


Desde esta cueva que nos acogió por un espacio de tiempo fuera del tiempo, partía una galería muy angosta, que luego se ensanchaba formando un túnel en el que apreciamos la intervención de la mano del hombre, aunque según nos explicó el técnico, se trataba de una construcción muy antigua, que llegaba hasta el repartidor subterráneo de más abajo, ubicado justo antes de la entrada definitiva del agua en el recinto monástico.
Nos apenó mucho no poder beber de ese surtidor del interior de la montaña, y nos sentimos compenetradas con las penalidades que debe correr la Pitonisa, sin apenas posibilidades de encontrar aguas puras y cristalinas en las que abrevar y nutrirse. Pero algo nos decía que aún quedaba un manantial virgen e inspirador que sólo ella conocía.


¿Llegaríamos a encontrarlo algún día y a beber de él?


Visitadas estas tres estaciones, una de las amigas nos asistió con unos bocadillos de jamón y queso para reponer fuerzas, mientras le contábamos animadamente nuestras impresiones, pues ella estaba lesionada en un pie y no nos había acompañado en los descensos, aunque su cojera no le impedía seguirnos, ahora ya hacia el interior del monasterio, en el que vivimos una última aventura.


Resultó que la hermana superiora estaba muy agradecida a la empresa del técnico que nos acompañó por todos los servicios prestados a la comunidad religiosa, y al saber que estaba aquí con nosotras, nos abrió las puertas de su casa y nos dejaron pasar por estancias privadas en las que pudimos ver las distintas instalaciones relacionadas con el agua: dos pozos, la cisterna antigua, los repartidores, etc. E incluso, en un momento dado, al preguntarles por la zona del antiguo huerto, ahora propiedad del Ayuntamiento, la superiora decidió telefonear a las instancias pertinentes para solicitar el permiso y dejarnos acceder; pero cuando nos preguntaron de qué departamento o servicio público éramos, respondimos que no pertenecíamos a ninguna institución oficial. Entonces el director técnico empalideció repentinamente, pues estaba convencido de que éramos funcionarias del Ayuntamiento o de la Generalitat, o integrantes de una empresa de servicios y no unas anónimas investigadoras. Sin embargo, como allí estábamos, con nuestras mejores sonrisas y exquisita educación, se deshizo el enredo en un santiamén, y ya nos tenéis viendo la antigua alberca y otro pozo muy hondo del que extraen agua para uso doméstico. Desde aquí nuestro mayor agradecimiento a la Comunidad de Clarisas de Pedralbes.


Al marcharnos, nos llamó la atención una gran piedra plantada en medio de la puerta del muro que circunda el monasterio, que identificamos como un ombligo, un omphalos que señala un centro sagrado. Parecía la punta de un menhir, y la fotografiamos para nuestro archivo.




Primavera 2013


El texto que publicamos son notas sueltas sobre la idea de la transmutación, el cambio de estado, la muerte, la regeneración, agrupadas sin un orden preciso, sino más bien al azar.


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